¿De cara a quién actúo? Esta el la cuestión que el Señor nos plantea en el Evangelio de hoy. ¡Qué importantes son los cimientos de una casa! Y en cambio nos preocupamos más de la fachada. ¡Qué importantes son las semillas en un campo! Y en cambio nos preocupamos más de las flores.

Lo más importante es lo que no se ve. Si cuidamos lo que no se ve lo otro resplandecerá más. ¿De qué depende la cosecha? En gran medida, dice San Pablo, de la siembra. ¿Cómo sembramos? Si sembramos tacañamente, tacañamente cosecharemos. ¿De cara a quién actuamos? Jesús a sus discípulos les da la clave del actuar cristiano. Actuamos de cara a Dios.

Cuando hagas limosna… ¡que no te vean! Cuando reces… ¡que no te vean! Cuando ayunes… ¡que no te vean! Ya te ve Dios y eso basta. Este modo de actuar nos da una gran libertad interior. Así actuaba Cristo y así me invita a actuar a mí. Al que actúa de cara a los hombres lo que más le preocupa es la aprobación de estos. En cambio, el que actúa de cara a Dios lo que le importa es la aprobación divina. ¿Qué es lo que más me importa a mí? ¿Lo que piense la gente? ¿O lo que piense Dios?

Los ojos de Dios ven de manera distinta a los nuestros. Dios ve en lo secreto, ve en lo escondido. Porque Dios no mira las apariencias ve el Corazón. Actuar de cara a Dios es lo mismo que actuar de corazón. Consiste en poner el corazón en todo lo que hago buscando agradar a Dios. Así lo decía la Madre Teresa: «Hago mi trabajo con Jesús, lo hago por Jesús, lo hago para Jesús y, por tanto, los resultados son de Él, no míos».

Que la Virgen María, la mujer de ojos para el Señor, nos enseñe a actuar de cara a Dios.