Génesis 13, 2. 5-18

Sal 14, 2-3a. 3bc-4ab. 5 

San Mateo 7, 6. 12-14

Siguiendo la historia de Abrahán podríamos engañarnos. Porque él es para nosotros nuestro padre en la fe, no en sus riquezas y sus posesiones; no en la tierra inmensa que el Señor le promete. Si fuéramos hijos de su casa, quizá podríamos querer sus herencias. Mas siendo hijos de su fe, lo que se nos promete son inmensos espacios, pero los de la fe. Porque la fe nos abre perspectivas tan nuevas que con ella todo cambia en nuestra vida. Nuestros ojos tienen mirada de Dios. Y lo que ven son relaciones que expresan gracia y paz, misericordia y afecto. Se nos abren con ellos ámbitos de ternura. Ternura de Dios. Con nuestros ojos de fe vemos el otro lado de las promesas y de los países prometidos. Por eso, nos es igual seguir por el de la derecha o por el de la izquierda si es que de caminos asfaltados se tratara. Son ahora nuestros ojos los que construyen contornos diferentes. Son espacios de Dios acá en este mundo. Son tierra nueva y cielos nuevos en este suelo de todos los días y en ese firmamento de satélites y estrellas. No son riquezas lo que nos alcanzarán esos caminos, sino miradas resplandecientes de amor. Porque la fe nos hace seres de amorosidad. Carne de amor. No somos ya lobos para los demás. Aún en el caso, Dios no lo quiera, de que ellos sean lobos para nosotros. El Señor, como a Abrahán, nos señalará a dónde tenemos que dirigir nuestra mirada. Mirada de amor.

Una manera distinta de tratar a los demás, de frecuentarnos unos a otros, de convivir con nosotros mismos se nos enseña. Tratamiento de amorosidades. Por ello, seremos buscadores de paz, de justicia, de liberación. Por eso, siempre que se busque la paz, la justicia y la liberación, allá estaremos nosotros, con nuestra mirada de fe. Mirada de amorosidad.

Ah, pero tiene razón Jesús cuando nos dice que es estrecha la puerta por la que debemos pasar. Una puerta aventurada. Una puerta por la que sólo cabe amor. Una puerta que rechaza todo líquido inflamable, todo odio incrustado, todo afán de riquezas y poderes en pura desmesura. Que nos rechaza a nosotros mismos cuando queremos elegir, como el sobrino Lot, la mejor parte, la más rica, la de mayores y mejores intereses, la que se monta sobre los demás.

Asustan las palabras de Jesús en Mateo. Parecen palabras de desconfianza hacia nosotros. ¿Será posible? ¿Acontecerá que ese camino, ni siquiera camino, ese sendero, nos estará vedado? No, no lo creo, porque, de ser así, ¿a qué vienen las palabras de Jesús?, ¿serán, simplemente, una amenaza? Quizá la cuestión está en ese cambio de mirada. No es la mirada mundanal de Abrahán la que tenemos que hacer nuestra, sino su mirada de fe. Es ahí donde está el punto clave de lo que el Señor nos toma lección. ¿Has transformado tu mirada? Mejor, ¿te has dejado conducir por el Señor que te llama por tu nombre para que te vayas con él? Porque es él, si sigues el camino que te muestra, quien transformará tu mirada. Quien te hará pasar por esa puerta que para ti, para nosotros, para mí, es demasiado estrecha, que nunca por nuestras solas fuerzas podríamos traspasar. Mas ¿contando con el Señor? En eso es Abrahán nuestro padre: en la fe. Él nos señala la disponibilidad que implica esa fe en la palabra del Señor. Fe que genera confianza. Fe que dona una mirada de amor.