Ayer veíamos el amor de José por sus hermanos y el deseo inmenso de recuperar la fraternidad con ellos para ser de nuevo una sola familia. Hoy se desvela el entuerto y José se muestra como hermano delante de los suyos para recuperar la paz. El nudo del mal se ha desecho y se ha convertido en hilo de oro tejido por Dios. José da la explicación de lo ocurrido a sus hermanos: vuestro pecado al intentar deshaceros de mí lo ha utilizado Dios en su providencia haciendo que yo fuera alguien importante en Egipto y poder salvar al pueblo de Dios de su hambruna.

Los caminos de Dios son increíblemente sorprendentes, por eso, como dice el Génesis, los hermanos ante tal revelación se quedaron estupefactos.

Podríamos preguntarnos: ¿qué maravillas ha hecho Dios en mi historia? Recordad las maravillas que hizo el Señor, es el mandato del Salmo responsorial.

Hagamos juntos este ejercicio. Muchos han recibido el mandato de Cristo de hacer en su nombre sus maravillas y nosotros hemos sido testigos de ello. Es más, nosotros muchas veces hemos sido instrumentos de su amor y gracia por los demás. ¿Quién habiendo conocido a Jesucristo no se ha sentido curado de muchas enfermedades y vacunado de otras? ¿Quién no ha recobrado una nueva vida habiendo llevado una vida sin amor o sobreviviendo a la vida o andando pero sin saber donde? ¿Quién no ha experimentado una gran pureza íntima cuando Dios te ha perdonado en la confesión? ¿Quién no ha visto como Cristo le desataba del yugo de algún vicio o demonio que le tenía preso sin remedio? Por eso, decirlo a todos – nos pide Cristo – lo que «gratis habéis recibido comunicarlo gratis». Esta es la gran oferta de Cristo, porque a Dios nadie le gana en generosidad.