«Todos os odiarán por mi nombre».  Sin duda, esta radical sentencia se quedará grabada en la memoria de todos los apóstoles.  Jesús ha prometido a sus seguidores el ciento por uno en esta tierra y participar un día de su vida inmortal en el Cielo. Pero no les ha ocultado toda la verdad: aparte de muchos dones y felicidad, atraerán el odio de muchos.

Mateo es especialmente sensible a estas palabras. Él, como publicano en Galilea ha tenido que sufrir el desprecio no sólo de sus compatriotas sino también de sus familiares y cercanos. Muchos veían en él un enemigo y un ladrón.  Y ahora siguiendo a Jesús aprende que también será perseguido, despreciado, odiado.

Pero merece la pena ser rechazado por la justicia.  Antes Mateo «era odioso» por cobrar impuestos abusivos para enriquecer al imperio romano invasor. Ahora «será odiado» por repartir los bienes de Dios con generosidad. Ayer no dejaba de ser un mero hombre ambicioso y altanero, pero hoy puede mostrar un corazón como el de Dios. 

Muchos ven la persecución a la Iglesia como un horrible mal a combatir, y ciertamente es el fruto de una inmensa injusticia que no podemos dejar de denunciar. Pero Jesús nos lo presenta como una gran oportunidad. Lo primero,  porque nos asemeja a Cristo: «a mí me han odiado primero…» – dijo el Señor. Lo segundo, porque dar la cara por Cristo es la manera más bonita de decirle que le amamos: «quien me afirmare delante de los hombres yo le afirmaré delante de mi Padre del Cielo«. Lo tercero,  porque hace válidas nuestras peticiones al Padre: «perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden«. Y ciertamente, resulta ser la mejor oportunidad de exponer -con total libertad- las razones de nuestra esperanza.

No olvidamos a aquel muchacho del Libano que, en pleno conflicto social y político, es llevado a ser asesinado por la milicia «anticristiana» de su ciudad. En el camino hacía el barranco por el que querían despeñarle y acabar con su vida, Fuad llevaba mucha valentía en su actitud y el perdón en su corazón. Astucia y sencillez, como pide en el evangelio. LLegados al lugar de su martirio, al bajar del furgón habló con el sargento de la cuadrilla que le acompañaba y le dijo: «no se preocupe… Soy consciente de lo dura y confusa que es la guerra…» Aun con el miedo de la muerte en su corazón, el Espíritu Santo sólo puso en su boca estas palabras. Entonces el sargento se fue de su lado y al cabo de un rato unos soldados le soltaron y le dijeron que el sargento le daba la libertad. ¿Por qué? Las palabras de Fuad le habían hecho recordar al sargento la muerte reciente de su hermano pequeño en una escaramuza de los opositores en plena calle de la ciudad. El Espíritu Santo no deja de aprovechar nuestro testimonio ante el odio de los demás. Y como Fuad comprobó milagrosamente, en nuestra «perseverancia salvaremos nuestras vidas».