Cuando llegan estas alturas del verano, en las que el que no está de vacaciones está pensando en irse y la vida parroquial (al menos en las ciudades del interior) es menos intensa –aunque aquí seguimos madrugando para los sufridos trabajadores-, es hora de hacer ciertas cosas que en ocasiones no te ha dado tiempo durante el curso. En una familia suele ser ordenar el trastero, para los curas hacer notificaciones, ordenar papeles, poner al día los libros, preparar las actividades para el año que viene… Cuando en la agenda tienes pocas “obligaciones” horarias, casi exclusivamente abrir el templo a las 7:15 y a las 16:00, un par de días de despacho y las Misas que haya que celebrar cada día, es fácil que con tanto tiempo disponible se pierda casi todo. Y también es sencillo que al hacer cosas que no haces durante el curso uno descuide las de cada día. Hay que poner un poco de orden en el caos y para ordenar lo mejor es mirar a Jesús y dejar que Él nos enseñe.

“En aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él”. Yo creo que a cualquiera que tenemos un amor grande a nuestra madre la Virgen le cuesta predicar de este Evangelio. Lo “normal” –seguro que lo hubiéramos hecho tu y yo-, sería que Jesús hubiera ido a buscar a su madre, la pusiese frente a todos los que le escuchaban y pidiese aplausos para ella por guapa, santa, buena, generosa, fiel…., pero Jesús parece que la deja en un segundo lugar. Sabemos que no es así pues el amor de Jesús por su madre es infinitamente más grande que el nuestro por mucho que la queramos. Si Jesús hubiera dejado plantado a las personas con las que hablaba para ir a ver a su madre, esta le hubiera dicho: “¿Pero no venías tú a auxiliar a tu pueblo? Vuelve a hacer lo que estabas haciendo que yo espero.” Y es que Dios es así con su pueblo y los que son de Dios son así. Todo se puede posponer para conocer y cumplir la voluntad de Dios. Si lo que hace Jesús con su madre no te asombra y te maravilla es que no tienes corazón, lo aplaza todo por ti.

Así que si somos de Cristo habrá que ver qué es lo primero y ponerlo lo primero, que hay cosas buenísimas y santísimas que a lo mejor hay que aplazar. En vacaciones seguro que te apetece dormir más, leer unos buenos libros, ver alguna buena película, darte un paseo en bici cada día o ponerte moreno en la playa. Cosas buenísimas, pero hay cosas primero: Cuida tus ratos de oración, que estén en un buen momento del día y puedas hacerlos con calma. Cuida la Misa los días que puedas, llegando antes y preparándote y quedándote un ratito a dar gracias al terminar. No dejes que ningún familiar, amigo o conocido que esté enfermo se quede sin que vayas a verle, a cuidarle y animarle. Cuida de tu familia, de tus hijos (o de tus padres) pasando buenos momentos con ellos, llevando la alegría que antes has sacado del Sagrario. Llama a esa persona con la que tal vez has tenido un disgusto durante el curso y aprovecha para hacer las paces o para aclarar malentendidos. Prioriza la fe, la esperanza y la caridad y verás (cosa curiosa), que te da tiempo para todo, hasta para leer esos libros que te habías propuesto. Como uno se ponga primero a sí mismo lo más seguro es que acabe el verano cansado y con la sensación de que se le ha escapado de las manos, así que lo primero ponlo primero.

¿Qué haría la Virgen ante la respuesta de Jesús? ¿Se quedaría con los brazos cruzados y con cara de enfadad esperando en la puerta? Estoy seguro que no. Entraría a oír hablar a su Hijo. Cosas que ya habría oído mil veces, pero que siempre sonaban nuevas y notaría el consuelo del Espíritu Santo cuando su habló de ella: “El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.” También ahora espera que escuchemos a su Hijo junto a ella.