“Fuera, junto al sepulcro, estaba María llorando”. Comienzo hoy con una frase del Evangelio pues creo que María Magdalena –aunque hoy sea su fiesta-, se tiene que estar “jartando” (que diría un andaluz), a llorar. La de cosas que se han dicho y se dicen de ella: amante, esposa, madre de los hijos de Jesús y todo tipo de burradas asentadas en la nada. Hace años cuando leí las constituciones que San Bernardo escribió para los templarios me interesó leerme alguna novela sobre esa orden militar y casi todas las modernas liaban el tema de los Templarios, el Santo Grial, María Magdalena, los hijos de Jesús y la leche condensada que no había casi ninguna que se pudiese leer. Y a pesar de no tener ninguna base histórica, ni de tradición ni nada de nada esas novelas, peudoestudios y reportajes siguen proliferando sobre la pobre María Magdalena. ¿Por qué puede pasar esto?

Creo que es posible que sea porque María Magdalena nos habla del amor más puro que existe: el amor del corazón agradecido de aquella que es perdonada y se siente mirada por lo que realmente es, hija de Dios. El amor de aquella que llega a intuir la grandeza del don recibido, que la supera y jamás podrá abarcar ni corresponder. Que se sabe mirada por una mirada limpia, no se siente condenada de antemano sino llamada a la salvación. A fin de cuentas el amor que sentimos cuando ponemos nuestros pecados y miserias a los pies de la cruz en la confesión y salimos palpando la misericordia de Dios todopoderoso. Y ese amor puro y santo cambiará el mundo.

Y el mundo, el demonio y la carne que no quieren cambiar siembran por todas partes la mirada sucia. Es difícil leer un periódico en internet (o en papel), en la que no haya fotos o artículos sucios. En los que no se siembre la desconfianza, la sospecha, la decepción o el desengaño. En los que el cuerpo y el sexo sean vendidos como un artículo y -diciendo que se liberan-, te esclavizan. Es difícil oír hablar de castidad o de pureza y sin embargo anunciar el sexo seguro o inseguro –qué más les da-, y ponerlo al alcance de cualquiera, tenga la edad que tenga, está muy bien visto. De tal manera que la mirada limpia de los niños se va enturbiando cada vez antes. Lo importante es consumir, tener cosas, cuantas más mejor, y considerar a los demás como cosas para poseerlos también. La amistad se va perdiendo pues la gratuidad se ha eliminado de las relaciones, y el otro se convierte en adversario. Se hace un mundo sucio, donde criticas todo lo que ves pero no te atreves a mirarte a ti mismo. Y creamos una sociedad de asqueados con todo, sin ilusiones, sin trascendencia, sin metas ni ideales. Se ridiculiza la realidad del pecado para no perseguir la virtud, para no encontrarse con el verdadero Amor. Por todo eso había que eliminar a María Magdalena. Ella nos demuestra con su vida que el encuentro con Jesús no empequeñece, ni aliena ni atonta. El encuentro con Jesús hace comprender la grandeza de nuestra vida: a pesar de nuestras miserias y nuestros pecados hay Alguien que te mira con esa mirada limpia que descubre la realidad de tu corazón, ansioso de amar de verdad y de ser amado, en el que sólo recibes pues no puedes dar nada a cambio y eso te lleva a entregar tu vida sin tonterías ni tibiezas. Sólo el que descubre sobre si esa mirada puede anunciar a los otros: “El Señor me ha dicho esto,” aunque supiese que algunos no tomarían muy en serio el testimonio de una mujer. Había que ser muy valiente para presentarse a decir eso a los apóstoles, y la valentía la da el verdadero amor y nos interesa llenar el mundo de cobardes.

Padres, madres, profesores, sacerdotes encomendad mucho a las personas que tenéis a vuestro cargo a María Magdalena, a la autentica, a la mujer fuerte, limpia y entregada, no a la caricatura que nos presentan. Así el mundo se llenará de jóvenes (y mayores y niños), valientes que limpien tanta inmundicia que se siembra en el mundo.

¿Qué conversaciones tendrían la Virgen María y María Magdalena? Las de San Juan de la Cruz y Santa Teresa cotilleos comparadas con ellas. Miradas limpias, nos hace falta un mundo lleno de miradas limpias.