Dios me castiga con monaguillos. (Es broma, es una maravilla tener casi todos los días tres, cuatro o cinco monaguillos en la Misa de la tarde). Durante el curso tenemos un día de preparación de monaguillos, pero en verano aparecen los eventuales que descubren lo que es ponerse un albita y ayudar al altar. Lo hacen con mucha ilusión…, pero en los comienzos con muy poquita preparación. De los tres de ayer cada uno sabía menos que el anterior: Si pedías la patena te traían el lavabo, si pedías el cáliz te traían la patena y como en la parroquia no hace frío otro se abanicaba con la bandeja de comunión. Todo esto salpicado con discusiones entre ellos sobre quién y cuándo se toca la campanilla. Hay sacerdotes que no les gustan los monaguillos hasta que tienen una diplomatura en liturgia, y desde luego se agradece celebrar con monaguillos preparados, pero también tienen que equivocarse e irse formando según avanza la celebración. Además tiene gracia los cabritos. Después de la celebración repasamos los errores (y alabamos los aciertos), y prestan atención para intentar hacerlo mejor al día siguiente. Uno entiende mejor las cosas cuando lo ha hecho, aunque sea mal, y lo quiere hacer mejor al día siguiente.

“No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás testimonio falso contra tu prójimo. No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él”. No copio la primera parte de la lectura porque es más larga, pero hay están los tres primeros mandamientos. ¡Los mandamientos! A muchos ya se les han olvidado el número y el orden de los mismos. De pequeño los escucharon, incluso muchos se los aprendieron de memoria, pero no llegaron a entenderlos.

“Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón.” Este es el caso de los que se toman los mandamientos como algo formal, lo “políticamente correcto,” pero en cuanto viene el Maligno, el ambiente no es favorable o todo el mundo lo hace sustituye los mandamientos de Dios por lo que hace todo el mundo.

“Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe.” Este es el que escucha los mandamientos, le gustan y le atraen…, pero no comprende la tentación, no quiere ser tentado, le gustaría ser como un ángel por encima del pecado. Y ante la tentación no lucha, le echa la culpa de sus caídas a Dios que le manda tentaciones y cree que tiene un gen que le impide no caer. Se desespera y piensa que la santidad es para otros.

“Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril”. Este es el que pone los mandamientos en lo que llama “el plano de lo religioso.” Los que van a Misa y miran de malos modos a la señora que tiene un niño que llora pero luego llegan al trabajo, a su casa, entre sus amigos y allí están en “otro plano,” los mandamientos allí no tienen mucha importancia y si soy injusto, corrupto, perezoso o iracundo no tiene nada que ver con mi plano religioso, en el que soy escrupuloso.

“Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno”. Este es el que entiende que los mandamientos no son requisitos caprichosos que Dios nos pone para ver si somos capaces de pertenecer a su club. Los mandamientos nacen de reconocer a Dios como Dios y con su misericordia y su providencia nos cuida y guarda a todos, para que también nos guardemos y cuidemos entre nosotros. En ocasiones tendremos dificultades, tentaciones y ganas de hacernos dioses en lugar de Dios, pero aún así Él no nos abandona y nos pone en nuestro lugar, un lugar donde nunca hubiéramos ni soñado estar, en el corazón de Cristo.

Por ello vivir los mandamientos no es un logro, ni una demostración a Dios de nuestra valía, sino de lo que Él vale pues ha querido inhabitar en nosotros. Vivir los mandamientos es reconocer que somos templo del Espíritu Santo y lo que es de Dios e manifiesta en nuestra vida y lo que está lejos de Dios está lejos de nosotros. El que escucha y entiende, aunque se equivoque, se da cuenta que los mandamientos de Dios son lo menos legalista que puede existir.

Pidamos hoy a nuestra madre al Virgen que amemos y vivamos los mandamientos y que los demos a conocer a tantos que los han escuchado, pero nunca los han entendido.