Todos sabemos que lo más importante de un edificio no es la fachada sino los cimientos. Eso no significa que no sea importante, es como la “carta de presentación” de un edificio. Si está bien hecha y bien conservada, invita a entrar en el interior del edificio y a conocer sus secretos. Se supone que la fachada debe mostrar al exterior lo que se esconde en el interior, aunque no siempre es así. Hay veces que la fachada es una simple máscara, adornada y pulida para ocultar un estado interior de ruina. Ocurre que, cuando se quiere entrar en ese edificio, se encuentran todos los accesos cerrados.

Algo así les sucedía a los fariseos, eran pura fachada. Aparentaban ser lo que no eran: servidores de Dios e intérpretes de la ley. Cuidar la fachada no garantiza que el interior esté también cuidado. De hecho lo que Jesús les propone es, precisamente, cuidar el interior para que la belleza surja desde dentro y no venga desde fuera. Un discurso puede ser formalmente muy correcto y bien planteado y, sin embargo, resultar vacío. Porque como dice la Escritura: “de lo que rebosa el corazón, hablan las palabras”. Cuántas veces nuestros discursos, nuestras conversaciones o charlas, no son más que mera fachada. No son palabras que salen de un cultivo del corazón, de una belleza interior, de una rica intimidad. El Señor nos invita a “limpiar primero el corazón por dentro” para que su belleza se trasparente en el rostro. Y es que la felicidad y la alegría se reflejan en el rostro sin poder evitarlo. Cualquier persona identifica en seguida una sonrisa falsa por los ojos, estos no brillan, no sonríen. Quizás el interior del corazón no esté tranquilo. Pero cuando el corazón ríe porque está limpio y en paz, entonces los ojos ríen y la boca se abre en una sonrisa. Va a ser cierto lo que afirma el popular dicho: “la belleza está en el interior” y, habría que añadir, por eso el exterior es también bello. Limpiemos nuestro interior con la confesión y el Espíritu Santo habitará en nosotros llenándonos con su luz y embelleciendo nuestro exterior.

Que María nos ayude a no buscar en primer lugar el cuidado del aspecto exterior, sino el del corazón para que esa belleza se trasparente en nuestros actos y palabras y llegue a contagiar a los demás. Amén.