Sí, en una bandeja entregaron la cabeza de Juan el Bautista a la hija de Herodías, solo porque se atrevió a decir la verdad a Herodes: que no le estaba permitido vivir con Herodías, la mujer de su hermano Filipo. Desde entonces, los tiempos han cambiado mucho: no se puede ser tan tajante ni impositivo, hay que respetar las opciones sentimentales de cada uno, tiene razón pero no es para ponerse así, hay que ser más dialogante con el mundo de hoy, etc. Y desde entonces también la Iglesia ha cambiado mucho: tiene que ser más tolerante con el pecado, menos impositiva, adaptar su moral a los nuevos tiempos, ser más misericordiosa, entender más a la gente, sobre todo cuando está en juego el sentimiento de una persona, y bla, bla, bla. Es decir, que con cualquiera de estos argumentos tú y yo nos callamos la verdad, por miedo al qué dirán y, sobre todo, por miedo a que nuestra cabeza acabe en otra bandeja.

01Todos tenemos mucho de este Herodes, que es capaz de ceder ante cualquier conveniencia, sobre todo si se trata de salvar la propia honra y la buena opinión que los demás tienen de mí. Todos tenemos mucho de esa mujer, Herodías, capaz de cualquier mal, con tal de silenciar a los que me dicen esa verdad que me molesta, o de perseguir el bien ajeno sólo porque en él se denuncia nuestra mediocridad. Todos tenemos mucho de esa hija de Herodías, pues somos capaces de encandilar y engatusar con mil piruetas y cabriolas de buenos motivos nuestra propia soberbia y vanidad, hasta hacernos cómplices de nuestro propio pecado. Todos tenemos, además, una bandeja en nuestras manos, en la que a menudo ponemos el precio con el que pretendemos silenciar y callar nuestras omisiones, envidias, egoísmos, críticas, murmuraciones y mediocridades.

Por el juramento y por no quedar mal ante todos sus cortesanos y comensales, Herodes cedió a aquel capricho con el que Herodías intentaba acallar su conciencia y ocultar su pecado con Herodes. En aquella bandeja mostró Herodes el precio que la debilidad humana es capaz de pagar por un poco de silencio con el que ocultar y esconder el propio pecado. La pregunta que hemos de hacernos es: ¿qué estoy dispuesto a poner encima de esa bandeja? ¿Hasta qué punto hacemos bailar nuestra fe al ritmo del qué dirán, con tal de no vernos señalados y criticados por la opinión ajena? Mientras sigamos disimulando la verdad, rebajando sus exigencias y queriendo meterla en la lata de la opinión de moda, seguiremos utilizando aquella bandeja de Herodes, que mostró a todos la traición a la verdad y a la propia conciencia. Nosotros tenemos que estar del lado de Juan Bautista, aunque la fidelidad nos cueste el martirio diario de la incomprensión y la crítica.