El otro día conversaba con una persona y me comentaba lo dura que estaba siendo con ella la vida. Sus padres la metieron en un internado y apenas la veían, su marido tiene problemas de adicciones, tiene a sus tres hijos sin trabajo, las deudas no terminan de saldarse y ella no para de trabajar para sacar adelante la familia. Estaba cansada de luchar y la historia en su casa es como una película que se repite una y otra vez sin, aparentemente, solucionarse los problemas. La conclusión para ella es que era un desastre como Madre, esposa y mujer y la situación no tenía solución: “Dios no me escucha”.

Moisés, en la primera lectura de hoy, se ve desbordado por la magnitud de la misión que Dios le ha encomendado. Parece que todo está funcionando mal y que todo depende de él, que no sabe como solucionarlo. Guía a un pueblo débil, desconfiado y que empieza a ser incrédulo. La fe está fallando y también el sentido común ¿Por qué?

Jesús responde en el evangelio de hoy a estas situaciones: dadles vosotros de comer. Las personas perdemos demasiado el tiempo y las fuerzas esperando que otros solucionen nuestros problemas o se solucionen solos. Además, solemos tender a no valorarnos tal y como somos. Dios ya ha hecho su trabajo, su parte, antes incluso de que nosotros nos percatemos de algo. Él nos conoce mejor que nosotros mismos, nos ha creado, nos ha dado la vida y nos acompaña siempre. Él sabe lo que valemos por todo lo que nos ha dado y da. Y por como lo estamos trabajando y lo vamos a trabajar. No terminamos de confiar en el Señor, y así, no puede ayudarnos a confiar más en nosotros mismos, a superar nuestra falta de autoestima.

El salmo 80 nos da la clave para superar este problema: aclamad a Dios, nuestra fuerza. Lee hoy con tranquilidad todo el salmo y piensa en lo que afirma. Nosotros no controlamos todo ni en nuestra vida, ni en el mundo. Por ello, Dios es nuestra fuerza, El si. Tenemos que aprender a valorarnos en su justa y equilibrada medida, con realismo, sin pasarnos, ni quedarnos cortos. Moisés fue el instrumento por el que Dios liberó al pueblo de Israel y lo llevo a la tierra prometida. La persona que mencionaba al principio, cada día: crece más en la fe en Jesucristo, abre más los ojos ante la verdad de la vida, se valora más como persona, esta pagando las deudas de su marido, está ayudándole a afrontar sus problemas, está dando un hogar a sus hijos, ayudándoles a recuperar sus estudios para salir adelante por sí mismos y está colaborando en su parroquia. Su vida es mucho mejor cada año desde que empezó a confiar en el Señor y a obedecer su voluntad.

El milagro que a veces esperamos del Señor acontece misteriosamente a través de nuestra vida de fe, de nuestro esfuerzo diario por seguirle, por escucharle y hacer su voluntad en nuestras vidas. A veces no lo sentimos, pero la realidad es que valemos mucho, porque Él nos ha dado mucho y por lo que le obedecemos. Ponte manos a la obra, aprovéchalo, síguele y verás los milagros que van a suceder.