¿Por qué somos tan desconfiados? ¿Por qué nos cuesta tanto confiar en Dios, confiar en los demás, en nosotros mismos? Siempre queremos tener más fe y es porque nos es muy difícil mantenerla, por no decir no perderla rápido. Parece que para la mayoría es más fácil flaquear e ir perdiendo fuerza en la fe que ganarla. Y somos los hijos de Dios, los que hemos recibido este regalo de la fe y hemos sido educados en ella. Quizás, por eso, entendemos a Jesús en esta expresión tan dura ante la mujer cananea del Evangelio, que pertenecía a un pueblo infiel que, como comprobamos en la lectura del libro de los Números, habitaba allí antes de que los israelitas recibieran de Dios esta tierra: sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.

La actitud de humildad de esta mujer, que refleja la gran fe que tiene en Jesús, le impresiona al Señor dando pie a la acción salvadora que cura a su hija. Los cristianos no pertenecemos a una “casta” o a un pueblo que solo se define por claves humanas o sociales. Jesús nos muestra una vez más que el nuevo pueblo de Dios, ciudadanos de su Reino, es un pueblo nacido de la respuesta a la elección y el don de Dios, un pueblo construido por claves divinas y humanas fruto del Amor universal de Dios que quedará sellado en la nueva alianza del sacrificio redentor de Jesucristo. Es un pueblo que con la fe recibida tiene que ir creciendo, fortaleciéndose y madurando gracias a los sacramentos, especialmente en torno a la Eucaristía, la Palabra de Dios y sus obras nacidas de la caridad.

Ser cristiano no consiste en ponerse una pegatina, o pertenecer a un club, o haber nacido en una familia de más o menos posición social, o haber nacido en un determinado país o región. Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas, es la expresión con la que el Señor nos enseña lo más importante de nuestra vida que define quienes somos y nos ayudará a salvarnos. Sólo aquellos que escuchemos al Señor y cumplamos su voluntad en nuestras vidas, que le sigamos, somos cristianos auténticos. Y para ello necesitamos la fe. Nuestra fidelidad a la fe recibida nos ayudará a crecer en la fe y a vivir en consecuencia. Por tanto, a no solo no alejarnos del Señor, sino a estar cada día más cerca de Él, y por tanto, de los demás, nuestros hermanos. La Iglesia es el medio por excelencia para hacerlo posible, pero tal y como es, tal y como el Señor, los Apóstoles y sus sucesores nos la muestran, no como nosotros u otros podamos desfigurarla a veces.

Esto, por nuestra parte, lleva trabajo, esfuerzo, perseverancia, honestidad y un ejercicio constante de humildad y discernimiento para dar los pasos oportunos que nos ayuden ¿Lo haces? Hay que tener fe, confiar en Dios y en sus enviados. Confiar en la Iglesia, en los pastores, en los que el Señor va poniendo en el camino. Ya sabes que no estás solo ¿Tienes alguien que te acompañe espiritualmente? ¿Le haces caso? ¿Caminas con una comunidad cristiana? Si no, ponte las pilas, ¿a qué esperas?