La semana pasada me comentaba una mujer los problemas que tenían en su familia con la herencia que le había dejado su madre. Ella se desahogaba en un momento con la expresión: “ojalá no me hubiera dejado nada”. Parece que el problema que tiene es inevitable y solo lo podía solucionar su difunta madre. Sufre, porque las hermanas están peleadas con la intervención de abogados, no se hablan y ya están también en la pelea los nietos. Una familia que se destruye gracias a propiedades materiales y dinero.

Pero, verdaderamente, la raíz del problema no es una herencia y la voluntad de una persona. El problema son las herederas y sus opciones de vida, sus prioridades y valores, donde tienen puesto su corazón. Resulta que todos son creyentes y la mayoría van a Misa. Entonces, ¿qué pasa?, ¿cómo puede suceder esto?, parece algo incoherente.

Las palabras de Moisés en la primera lectura de hoy son contundentes y radicales: El Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Esta es la consecuencia real y auténtica de nuestra fe en el Dios de Jesucristo, lo demás son “mediastintas” que nos engañan a nosotros mismos o a los demás. Vivir o querer vivir una fe auténtica hace que sientas y experimentes el amor al Señor que el salmo 17 describe. Cuando una persona o varias o una familia vive esto, entonces se resuelven los problemas que el mal ocasiona, se vencen las tentaciones que el demonio te pone, especialmente cuando hay dinero, el “tener más” por medio. Pero, la situación de esta mujer y de sus hermanas es la de personas que tienen como ídolo al dinero o la voluntad de su madre o a ellas mismas; que los aman más que al Señor.

Jesús se enfada y se lamenta de la poca fe de sus discípulos en el episodio del Evangelio de hoy. Al final tiene que actuar El para salvar a una persona. La verdad, ¡qué paciencia tiene con nosotros! Este caso de una familia cristiana destrozándose por una herencia no es el único por desgracia. Hay tantísimos y por tantos motivos. Hay gente en nuestras iglesias, bautizadas, con tan poca fe. Luego nos desesperamos porque no podemos conseguir algo o el Señor no nos concede lo que queremos. Podemos seguir a tantos ídolos que nuestra fe se va empobreciendo y nuestra vida se puede convertir en un infierno.

Yo quiero, Señor, amarte cada día más. Tu eres mi fortaleza, mi seguridad. No quiero perder ni un segundo para conseguir esto, para quererlo, para aprender a ser libre, para ser Tú lo primero. Con fe no hay nada imposible. No dejemos de pedir que aumente nuestra fe. No dejemos de expresarle con nuestra vida la respuesta a su Amor. No pierdas ninguna oportunidad para decidir verdaderamente desde la fe en tu vida. Es hora de dejar los miedos y las desconfianzas a parte y de poner realmente nuestro “tesoro” en el Señor y su Reino con esperanza y amor desinteresado. Mira el testimonio de la Virgen María.