4891183295_7bc0bd93aeHoy celebramos una de las fiestas marianas más entrañables del calendario, la Asunción de María a los Cielos. No es un Misterio que nada tenga que ver con nosotros, más bien es fundamental para nuestro destino.

La Virgen murió, como murió su Hijo, y como morimos todos. El cuadro de Caravaggio que hace alusión al instante de «la dormición» de María, es espeluznante. Se nos ofrece un cuerpo sin vida con toda su crudeza, rodeado del llanto de los apóstoles. Pero ella pasó «al otro lado» con su cuerpo y su alma. Eso quiere decir que se nos ha adelantado a los que venimos detrás, con el miedo a morir pegado a nuestra espalda. Por la Virgen sabemos que en el más allá hay oportunidad para que Dios se encuentre de verdad con lo humano. Vamos, que no es una metáfora eso de ser hijos de Dios, sino que somos con todo derecho participantes o, por barbarizar, «participadores» de Dios. La primera huella en lo divino por parte de un ser humano, como la de Amstrong en la luna, la puso la Virgen.

Por eso, al ser una de nuestras fiestas más celebradas entre los cristianos, ha pasado al terruño popular. Hay autoridades civiles que quieren separar la parcela religiosa de la pura diversión popular, pero ¿cómo se puede desentrañar la naturaleza religiosa de nuestras fiestas populares, si está en su trama original?

Siempre que nos acerquemos a una imagen de la Virgen, de alabastro o madera, deberíamos recordar que la tenemos muy cerca, por Madre, y muy próxima a Dios, por viva. Lo que significa que Dios y el hombre no andan tan lejos. Todo gesto de la vida de nuestra Madre debería ser alimento cotidiano, porque no tenemos que hacer otra cosa más que aprender de Ella, de su vida interior llena de riquezas, de Ella que estaba siempre pendiente del proceder de los otros, que tenía incluso autoridad con su Hijo cuando le mandó hacer su primer milagro, que vivía en oración, que llevaba con serenidad la animadversión de los judíos contra su Hijo. Que no se te escape una jornada como la de hoy.