Papa-Francisco-eucaristíaNo se puede entender la Eucaristía sin el concepto de hambre. Todos sabemos lo que es el hambre porque, en mayor o menor medida, la hemos padecido. Las hambres estructurales son otra cosa, un infierno en vida. Los gobiernos que están al frente de países con masas de población viviendo en la penuria infinita del hambre, son culpables del mayor de los cargos: dejar al ser humano desatendido en su primer escalón de necesidad. Pero el hambre cotidiana, esa que se tiene y se cura con el alimento, nos viene bien para hablar de la presencia del Señor en la Eucaristía.

El entusiasmo por comer nos recuerda que el hombre vive de la necesidad de fortalecerse, y que sin comida mengua, huyen las fuerzas y huye el entusiasmo de vivir. Además el hambre acucia, no es nada sutil, te retuerce las tripas y a su manera te grita por qué no le haces caso. El Señor se quiso quedar con nosotros porque podía, y para no andarse con distancias opta por la penetración en nuestro cuerpo y nuestra alma. Sí, en el mismísimo cuerpo, ese que creemos tan distante de lo sobrenatural y que los puritanos desprecian. La Eucaristía entra por la boca para que no quede ninguna duda de que Cristo quiere vivirnos desde dentro, ni siquiera enfrente. El problema del Señor vivo en la Eucaristía es que necesita hambrientos, los saciados no le prestan atención, como cuando acabamos de comer y vemos un anuncio en televisión de comida, ya no nos levanta el apetito.

La Madre Teresa indicó que en todas las capillas de las Misioneras de la Caridad, la cruz de la pared estuviera acompañada por una frase: «tengo sed». E indicaba que la frase venía del Señor, es Él quien tiene sed de nosotros. Nos hallamos ante una confraternidad de hambrientos, Dios y el hombre. Juan de la Cruz lo entendió espléndidamente en su «Cántico espiritual». Cuando el amado está con su amada en el huerto, grita: «detente cierzo muerto, ven austro que recuerdas los amores, aspira por mi huerto y corran sus olores y pacerá el amado entre las flores». Es el amado el que pacerá de la amada. Sólo quien tiene verdadera hambre entiende estas cosas.