Comentario Pastoral

LA OPCIÓN FUNDAMENTAL DEL CRISTIANO

En este domingo vigésimo primero del tiempo ordinario terminamos de meditar el capítulo sexto del evangelio de San Juan, que es el gran discurso eucarístico tenido por Jesús en la sinagoga de Cafarnaún sobre el «pan de vida». Para ser reconocido como Redentor del mundo y dador de la vida eterna por medio de su inmolación en la cruz, que se renueva siempre en la eucaristía, Jesús exige creer en él sin reservas, y aceptar el don de su cuerpo y de su sangre.

El texto que se lee en el evangelio de hoy nos presenta un tema muy actual, la tensión que se da entre el creer y el no creer, entre la aceptación y el rechazo, entre la adhesión y el distanciamiento, entre la divinidad que Jesús pide para su persona y la humilde condición familiar de su origen terreno. Esta misma tensión se ha repetido constantemente en la historia de la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo. Son muchos los que quieren justificar su increencia amparándose en el aspecto humano de los cristianos, es decir, los que afirman que no creen en los curas, ni en los obispos, ni en el Papa. ¡Claro que no hay que creer en los curas, sino en Cristo! Pero para poder aceptar a Cristo, hay que aceptar, sin radicalismos ni exigencias angélicas, a los que forman la Iglesia, con sus limitaciones y condicionamientos humanos.

No es fácil aceptar el mensaje de Jesús, creer en sus palabras, reconocerlo como «el pan bajado del cielo». En un mundo en el que priva el positivismo, el marxismo, el pragmatismo, el discurso eucarístico parece fuera de lugar. Ya los judíos contemporáneos de Jesús dijeron que «este modo de hablar es inaceptable». Es verdad que la revelación de Cristo, si no se acepta desde la fe, puede provocar la decepción de muchos o la adhesión incondicional de los discípulos que por boca de Pedro repiten: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna: nosotros creemos» .

Jesús es la opción fundamental para el creyente, que no se echa atrás, ni quiere escaparse del compromiso de la fe. El cristiano opta por la humildad frente al orgullo; por el Dios vivo, que exige fidelidad, frente a los falsos ídolos muertos, que no exigen nada; por el amor total frente al egoísmo; por la fe, que es fruto del Espíritu, frente al mero razonamiento humano de la carne; por la gracia, frente al pecado.

Andrés Pardo

 

 


Palabra de Dios:

Josué 24,1-2a. 15-17. 18b Sal 33,2-3.16-17.18-19.20-21.22-23
san Pablo a los Efesios 5,21-32 san Juan 6, 60-69

Comprender la Palabra

El capítulo 24 del Libro de Josué, al que pertenece la primera lectura, narra la gran asamblea de Siquem que tiene tres partes: en la primera (versículos 2-13) Josué propone a la fe de los asistentes las intervenciones de Yahvé a favor de Israel; en la segunda (vv. 14-24) la asamblea se pronuncia por Yahvé y contra los dioses extranjeros; y en la tercera (vv. 25-28) se concluye la alianza y se pone su ley por escrito. El fragmento que se proclama hoy recoge elementos de la primera y de la segunda parte.

La religión de Israel es histórica y no mítica. Israel cree en su Dios, que se ha manifestado en la historia protegiendo a su pueblo, comenzando desde los patriarcas, los padres en la fe. Pero ha manifestado su poder y su benevolencia de un modo singular e irrepetible en la liberación de Egipto. Dios se presenta como soberano y ofrece a Israel ser su pueblo vasallo. Dios se compromete a protegerlo y volcar en él toda su benevolencia. Y el pueblo responde con la aceptación de la alianza y el compromiso de cumplir sus cláusulas.

Prosigue la segunda lectura, perteneciente a la carta a los Efesios, con el mismo tema de la nueva vida en Cristo, que se traduce ahora en las actitudes y comportamiento que se han de adoptar dentro de las relaciones familiares en todos los planos.

A lo largo de la historia de la salvación el matrimonio ha sido la manera de referirse a las relaciones de Dios con su pueblo. El autor de la Carta avanza en la misma línea, pero con un cambio significativo: ahora la relación es entre Cristo y la Iglesia. Esto explica la realidad cristológica del matrimonio que es un sacramento. El matrimonio cristiano, por ser sacramento, visualiza ante los demás el sentido de comunión, vida y felicidad que existe entre Cristo y la Iglesia.

El texto de evangelio de san Juan presenta el final del discurso revelador sobre el pan vivificante. Se produce una reacción radical ante Jesús. El tema del discernimiento o criba entre los oyentes de Jesús es frecuente en el cuarto evangelio.

Tampoco los discípulos alcanzan a comprender las palabras de Jesús. Será necesario el acontecimiento pascual y el don del Espíritu para que las palabras de Jesús resulten comprensibles y aceptables. Por eso recoge el evangelista estas palabras: El Espíritu es quien da vida, la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. El discernimiento y la criba alcanza ahora al mismo círculo de discípulos, es decir, de aquellos que han seguido más insistentemente y más intensamente a Jesús.

Hoy como ayer el seguimiento sincero de Jesús produce verdaderos desgarros y exige una auténtica confesión y compromiso. El mundo actual, como el de siempre, necesita decisiones valientes, libres y comprometidas frente a Jesús, al Evangelio y al hombre que ha de recibirlo.

Ángel Fontcuberta

 

mejorar las celebraciones


Las rúbricas

La celebración litúrgica es acción de Cristo-hombre, sacerdote y cabeza de la comunidad, y de la asamblea cristiana que se une a su Señor y único sacerdote (cf. S.C. 14). Asumiendo esta afirmación del Concilio Vaticano II, muchos fieles, incluso laicos, opinan y proponen ritos, maneras y moniciones, según sus gustos…dañando con ello la eclesialidad de la celebración. La pluralidad de miembros en la asamblea y de opiniones hace hoy imprescindible, que se cuiden incluso los detalles menores de la liturgia, y no solamente los elementos más importantes de la celebración, poniendo sobre todo un especial cuidado en subrayar los elementos centrales y también aquellos otros que, aunque no sean centrales, son muy visibles. Toda celebración litúrgica es no solo acción de Cristo y de la asamblea comunitaria-eclesial, sino que esta doble realidad comunitaria de la Iglesia debe aparecer claramente en los modos celebrativos.

Después de unos siglos de rígido y exagerado uniformismo litúrgico ha seguido, como reacción (no siempre justificable) el deseo de una mayor libertad en muchos detalles, y la misma normativa litúrgica ha dado respuesta a este deseo, admitiendo en muchos ritos en cierta variedad, pero sin sobrepasar los límites que las rúbricas establecen en los textos líturgicos. Si no se observan estas indicaciones, se corre el riesgo de que la celebración aparezca más como la de tal sacerdote o grupo que como celebración de la Iglesia. Respetar y seguir fielmente la normativa litúrgica es, pues, mucho más que una cuestión de obediencia, disciplina o norma jurídica, sino de significatividad eclesial.

La liturgia es, siempre, «celebración de la Iglesia que es sacramento de unidad» (S.C. 26) unidad a la que los ministros deben servir y en la que los restantes fieles de la asamblea concreta deben poder participar y sentirse unidos en un acto, no del ministro únicamente, sino de toda la comunidad eclesial.

 


Ángel Fontcuberta

 

Para la Semana

Lunes 24:
San Bartolomé, apóstol, según la tradición predicó el Evangelio en la India.

Apocalipsis 21,9b-14. Doce besamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles.

Sal 144. Que tus fieles, Señor, proclamen la Gloria de tu reinado.

Juan 1,45-51. Ahí tenéis a mi israelita de verdad, en quien no hay engaño.

Martes 25:
I Tesalónica 2,1-8. Deseábamos daros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas.

Sal 138. Señor, tú me sondeas y me conoces

Mateo 23,23-26. Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello.
Miércoles 26:
Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars (1845-1897) fundadora de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, patrona de la ancianidad.

1 Tesalonicenses 2,9-13. Trabajando día y noche proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios.

Sal 138. Señor, tú me sondeas y me conoces

Mateo 23,27-32. Sois hijos de los que asesinaron a los profetas.
Jueves 27:
Santa Mónica (331-387), madre de San Agustín, por su conversión derramó muchas lágrimas. Alimentó su fe en la oración.

1 Tesalonicenses 3,7-13. Que el Señor os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos.

Sal 89. Sácianos de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres.

Mateo 24,42-51. Estad preparados.
Viernes 28:
San Agustín (354-430), obispo de Hipona, doctor, figura cumbre de la Iglesia por sus sermones escritos.

1 Tesalonicenses 4,1-8. Esto quiere Dios de vosotros: una vida sagrada.

Sal 96. Alegraos justos, con el Señor

Mateo 25,1-13. ¡Que llegue el esposo, salid a recibirlo!.
Sábado 29:
El Martirio de San Juan Bautista. Culmina con su muerte su dedicación a predicar la conversión para recibir el Reino que llega con Jesucristo.

1Tesalonicenses 4,9-11. Dios mismo os ha enseñado amaros unos a los otros.

Sal 97. El Señor llega para regir los pueblos con rectitud.

Marcos 6,17-29. Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista.