¿De Nazaret puede salir algo bueno? Le pregunta Natanael a Felipe entre irónico y escéptico. ¿Qué habría respondido un hombre de nuestro tiempo a Natanael? Probablemente le habría mostrado una lista de las personas ilustres del lugar, habría argumentado filosóficamente que todos somos iguales y que, por tanto, igual puede haber hombres buenos en Nazaret que en Roma; después habría opinado que los de allí son tan reseñables como los de cualquier otro lugar y, al final, uno seguiría igual de escéptico y el otro quizás picado por la chanza.

Pero resulta que Felipe no obra así. Lo que hace Felipe es, en realidad, lo que debiera hacer todo cristiano cuando le reclaman que demuestre la existencia de Dios o que de razón de por qué piensa o actúa como lo hace. Felipe le dice a Natanael: “ven y lo verás”. En esa invitación no se encierra un simple experimento empírico del tipo: “verás cómo el agua hierve a 100 grados”. Lo que Felipe quiere mostrarle no es algo mensurable u objetivo. Lo que quiere es que Natanael se encuentre con Cristo, cara a cara, que lo vea y lo escuche, que experimente por sí mismo su presencia. Felipe lleva al incrédulo Natanael ante la presencia del único que puede vencer su incredulidad: Cristo.

A veces experimentamos la injusticia de que nos pidan probar lo que no se puede probar, demostrar lo que, gracias a Dios, es indemostrable. Porque si Dios pudiera ser demostrado dejaría de ser Dios. Lo que esa gente quiere es reducir la experiencia del cristiano, la experiencia de Dios, a un mero experimento sin comprender que lo que ha cambiado nuestra vida no es un experimento sino un acontecimiento: Dios nos ha salido al encuentro y nos ha fascinado. Esto mismo es lo que Dios nos pide que hagamos con los demás, acercarles a Cristo, a la comunidad viva, allí donde Cristo vive en medio de nosotros. Entonces, cuando hayan experimentado la belleza de un Dios que mira a los ojos y dice: “cuando estabas viviendo cada segundo de tu vida, yo te veía…”, solo entonces saldrán de su escepticismo para unirse al Pueblo de Dios.

Que María nos ayude a ser esos que llevan a la gente a Dios. Amén