“Si hubiéramos sido nosotros, no habríamos…”

Quizás lo que más valora Jesucristo es lo que él mismo llama en el sermón de la montaña “la pobreza de corazón”: Bienaventurados los pobres de corazón porque de ellos es el Reino de los Cielos”. Un corazón pobre es un corazón consciente de su pequeñez, de su miseria y de su debilidad. Es un corazón que sabe que necesita pedirlo todo porque no tiene nada y, en ese poner su fuerza en otro, asegura el éxito de sus empresas. Ya decía Jesús a sus discípulos, usando la imagen de la vid y los sarmientos, que sin Él no podían hacer nada.

Lo opuesto a un corazón pobre es un corazón presuntuoso, seguro de sí mismo, soberbio. Lo propio de este corazón es estrellarse una y otra vez contra el muro de su impotencia. Le pasó a Pedro cuando, en la última Cena, aseguró a Jesús que aunque los demás le abandonasen, él daría su vida por el maestro. Lo que sucedió fue bien distinto y acabó en la traición de Pedro. A los fariseos del Evangelio les sucede igual: ¡“Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, no habríamos sido cómplices suyos en el asesinato de los profetas”! Se creían mejores que sus padres, mejores que sus contemporáneos y, desde luego, mejores que el resto de los habitantes de Jerusalén. En el fondo, se junta en ellos una presunción enorme y un juicio temerario. ¿Cómo pueden saber lo que habrían hecho en aquellas circunstancias? Así, lo que hacen es condenar a sus antepasados y ponerse por encima de ellos.

Cuánto más prudente es un corazón pobre, como el de San Felipe de Neri, por ejemplo. Solía repetirle a Cristo en su oración: “si me dejas, te abandonaré”, sabiendo que la fuerza para permanecer fiel a Cristo venía de su Señor y no de él. ¡Y para entonces ya era un santo de tomo y lomo! Pero el secreto de la santidad consiste en comprender que ésta es un don de Dios y que nosotros somos vasijas de barro frágil. Nos conviene mucho más decir: “si yo hubiera estado allí me habría pasado lo mismo o quizás mucho peor, pero espero que Dios me librará del peligro”.

Que María nos dé corazones pobres y humildes para que busquemos siempre el apoyo en Cristo. Amén.