El necio es aquella persona imprudente o carente de razón. La persona imprudente es la que no se para a considerar qué es lo más conveniente en cada momento y para cada situación. Actúa según le da el aire y suele errar. El “falto de razón” es aquel que no se para a considerar las cosas, que no reflexiona sobre su vida y los acontecimientos que le rodean. El Evangelio nos habla de 10 vírgenes, cinco sensatas o prudentes y cinco necias. Todas esperaban un acontecimiento decisivo para su futuro: el regreso del esposo. Pero no todas esperaban de la misma manera. Las cinco prudentes tenían su tesoro en el esposo y por eso su corazón estaba atento y pensando en él. De ese modo, en su escala de prioridades, siempre era el esposo lo primero y ello les permitió preparar con todo lujo de detalles su regreso. Seguramente tendrían muchas cosas que hacer, pero sabían que lo primero, antes que sus propios caprichos, era el esposo y su regreso. De modo que, junto a las lámparas, se llevaron aceite de sobre por si la espera se prolongaba.

Las cinco vírgenes necias eran, entre otras cosas, unas frívolas. El regreso del esposo era para ellas un acontecimiento más, no le daban la importancia que verdaderamente tenían, estaban demasiado ocupadas en otras cosas, en otros pensamientos. No se pararon a reflexionar sobre cómo preparar su llegada. En realidad no se paraban a reflexionar sobre prácticamente nada, a reflexionar en profundidad, quiero decir. La vida para ellas era algo que, simplemente, sucede. Por eso salieron deprisa y corriendo al enterarse de que el esposo estaba de vuelta, pero improvisando. Y cuando se improvisa las cosas suelen salir mal, sobre todo las importantes. Les sucedió lo inevitable: se prologó la espera y se les acabó el aceite.

La vida puede ser muy larga y nuestra comparecencia ante Cristo hacerse esperar. Este tiempo de espera se llama “vida” y durante el mismo se nos ha dado una razón y un corazón para amar con inteligencia. Ese es nuestro aceite, el amor. Hacer acopio de aceite significa vivir amando, entregado a los demás, valorando cada día como único porque pueda ser el último. Entonces somos prudentes y la llegada de Cristo no nos sorprenderá sin amor. Pero si nos dedicamos simplemente a “vivir”, a pasar por esta vida por la superficie, a no entrar en el drama de nuestros hermanos…entonces el amor pasará por nuestra vida sin tocarnos y, cuando llegue Cristo, nos encontrará vacíos.

Le pedimos hoy a San Agustín que nos enseñe a ser prudentes, es decir, a saber en cada momento como amar más y mejor. Que así sea.