Dios hizo todas las cosas buenas… ¿cómo es entonces posible que el corazón del hombre sea malo? La respuesta es un misterio, pero tiene que ver con la libertad del hombre, precisamente con aquello que le hace semejante a Dios. En la capacidad que el hombre tiene de elegir reside la posibilidad de parecerse cada día más a Dios o, por el contrario, ir destruyendo esa semejanza con Él puesta en su corazón.

El corazón del hombre es como un poderoso “transformador” de la realidad: todo entra en él por los sentidos, los afectos, los sentimientos…y todo recibe en él su misma impronta. Si el corazón es bueno, limpio y honesto, todo lo que entre en él saldrá enriquecido aun cuando pareciese negativo. Pero si el corazón es soberbio, sucio y vano, sucederá exactamente lo contrario y todo lo bueno que entre en él volverá a salir envenenado.

Todo el deseo de Dios es transformar nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado, para que seamos capaces de reflejar la belleza de Dios en nuestras palabras y nuestras obras. Como dice el profeta Ezequiel: “arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne”. Y es que es posible vivir una doble vida en una carcasa de carne pero con un corazón de piedra. Esa dureza del corazón que congela todo lo que toca puede enmascararse en un hermoso disfraz de formas y estereotipos. Pero a la larga se acaba descubriendo la naturaleza de ese corazón. “Misericordia quiero, y no sacrificios” dice el profeta Oseas. A veces nos perdemos en pequeños detalles, nos hacemos súper eficaces y nos olvidamos de amar…es decir, olvidamos el motivo por el que nos hicimos eficaces. Es esta una cuestión importante. Hablábamos antes de que nuestro corazón se convirtiera en un transformador de la realidad, pero lo cierto es que corremos el riesgo de convertirnos en transformadores de la realidad sin corazón o, lo que es igual, con un corazón que más bien parece un rodillo.

Quizás exista un camino para lograr que nuestro corazón no se endurezca y pueda ser un transformador. Se trata de la contemplación que da acceso a la belleza. “Y vio Dios que era todo bueno…” y bello, porque ambos transcendentales no se pueden separar. La contemplación de la realidad que está fuera, permite que su belleza nos inunde y plasme nuestro corazón. Y así, un corazón bello irradia belleza en sus afectos y en sus pensamientos y palabras. Contemplar exige una cierta disposición, una cierta búsqueda de silencio y un huir de la frivolidad. Contemplar exige un corazón orante. Este corazón es capaz de exclamar, como dice Moisés en el libro del Deuteronomio: “¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros, siempre que lo invocamos?”. Alguien que comprende la cercanía de Dios con su vida acaba por ser transformado. El camino de la contemplación acaba por hacer del corazón un transformador de la realidad hacia una belleza mayor.

Le pedimos a María que todo lo que salga de nuestro corazón tenga la belleza originaria con que Dios creó todas las cosas. Amén