La admiración de la gente acerca del misterio de Jesús de Nazaret no se queda el Nazaret como veíamos en el Evangelio de ayer. El evangelista san Lucas, inmediatamente después de narrarnos el episodio de Jesús en la sinagoga de Nazaret nos narra que el Señor bajó a Cafarnaún y que la gente de aquella ciudad de Galilea se quedó asombrada de su doctrina. Allí en su Sinagoga algo sorprendente va a suceder. El demonio va a confesar a Jesús como el Señor: Sé quién eres: el Santo de Dios.

¡Que misterio! El demonio conoce quién es Jesús… Y yo hoy te pregunto: Y tú… ¿sabes quién es Jesús? En nuestro camino de fe es decisivo hacerse esta pregunta. Jesús en el Evangelio nos ha ido abriendo su intimidad y nos ha dicho quién es El. Sin ningún tapujo ha abierto su corazón y nos ha manifestado el secreto de su persona. El es el alimento, el pan de vida que ha bajado del cielo; es la luz del mundo; es la puerta para entrar en el misterio de Dios; es el buen pastor; es el Hijo de Dios. Con Lázaro, Marta y María el Señor se te presentó como la Resurrección y la vida. También te dijo que era el Camino, la Verdad y la Vida. Cenando con los discípulos se presentó como la vid verdadera. Es el Rey y Señor, etc.

Es el momento de dar un paso al frente. Jesús te ha dicho quien es el: Yo soy… Pero ahora es El quien te pregunta a ti: Y tú ¿Quién dices que soy yo? ¡Da un paso al frente! ¡Mójate! ¿Quién es Jesús para ti? ¿Puedes reconocerle como el alimento que a ti te da la vida? ¿Puedes confesarle como tu luz, la que ilumina tu historia? ¿Es El tu Camino, tu Verdad y tu Vida?

Es el momento de confesar la fe en Jesús. El papa Benedicto XVI al convocar el año de la fe decía:

No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (Mt 5, 13-16). Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (Jn 4, 14). Debemos descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus discípulos (Jn 6, 51). En efecto, la enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la misma fuerza: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna» (Jn 6, 27). La pregunta planteada por los que lo escuchaban es también hoy la misma para nosotros: «¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?» (Jn 6, 28). Sabemos la respuesta de Jesús: «La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado» (Jn 6, 29). Creer en Jesucristo es, por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.

Deja que hoy sea Jesús quién te pregunte por tu fe en su persona. ¡Responde con sinceridad! Pon en funcionamiento tus labios y el corazón pues como dice San Pablo con el corazón se cree y con los labios se profesa (Rm 10, 10).

Ante el misterio de Jesús, no cabe la indiferencia. Nos conviene tomar partido ante Cristo para que El haga grande nuestra vida ya que como dice el papa Francisco en la Lumen Fidei: Quien ha sido transformado de este modo adquiere una nueva forma de ver, la fe se convierte en luz para sus ojos.

Que María, la que mejor conoció a Jesús, nos conceda la gracia de conocerle para así amarle y seguirle.