Jesús lo tenía muy claro. Era consciente de quién le enviaba y a qué le enviaba. Como vimos es el Ungido. Pero también nosotros somos ungidos y tenemos el mismo Espíritu Santo que Él, no un sucedáneo de Espíritu Santo, el mismo Espíritu que Cristo. Ahora bien, ¿Somos conscientes de ello? Tenemos claro quién nos envía y a qué nos envía. ¿Qué hago aquí? En el fondo es la pregunta tan clásica de ¿de donde vengo? ¿A dónde voy?

San Ignacio de Loyola al comienzo de sus Ejercicios Espirituales se plantea esta cuestión y nos responde en palabras de su época de la siguiente manera:

El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma; y las otras cosas sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre para que le ayuden a conseguir el fin para el que es creado. De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar de ellas cuanto le ayuden para su fin, y tanto debe privarse de ellas cuando para ello le impiden (EE.23)

El punto de partida es claro: El hombre es creado, que es decir, yo soy creado, salido de las manos de Dios. Soy criatura, obra de arte, Dios soñaba conmigo. Dios tiene un plan, Dios no improvisa las cosas, existe un proyecto de Dios sobre mí, un proyecto que responde a la pregunta que todo hombre se hace: ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿De dónde vengo? La Biblia nos responde que el hombre ha sido creado a imagen de Dios, con capacidad para conocer y amar a su creador.

En otras palabras podríamos decir que somos creados para ser felices, para tener una vida grande y bella, una vida plena, eterna… Hay dos ejemplos que nos pueden ayudar a profundizar en esta cuestión: el joven rico y Zaqueo (Mc10,17 y Lc19,1-10).

Por un lado, el joven rico. Su pregunta en el fondo es ¿Qué he de hacer para ser feliz? Corrió a su encuentro. Sabía que Cristo podía ofrecerle o que buscaba. Incluso le llama Maestro bueno. Cumplía los mandamientos: “Todo esto lo he cumplido desde mi juventud”. Y lo más impresionante: Jesús fijando en él su mirada le amó. Buscaba la felicidad, conoce el fin, pero se queda en los medios: “porque tenía muchos bienes”. Consecuencia inmediata: él, que buscaba la felicidad se fue entristecido. Era esclavo de los medios que Dios le había dado.

En cambio Zaqueo, también busca la felicidad, también es rico, pero no era feliz. También salió corriendo, se subió a un árbol. Jesús alzando la vista le llamó. Era bajito pero sin complejos, una persona distinguida, pero le da igual lo que piensen y se sube a la higuera. Tiene un vacío interior que quiere llenar. Conoce el fin de su vida, el plan de Dios para él, conoce los medios y usa del dinero tanto cuanto le ayudan a alcanzar el fin. “Daré la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo.” Consecuencia inmediata: “Hoy ha entrado la salvación en esta casa”. Era señor de los medios.

¿Quién soy Zaqueo o el joven rico? ¿Quien quiero ser?

Cristo nos enseña a ver quién nos envía a esta vida y para qué. Como María imitemos al Señor y hagamos que el Espíritu Santo sea el motor de nuestras acciones.