¡Qué pena! Los fariseos y los escribas no han captado la novedad que trae Jesucristo. En Jesús ven más de lo mismo. No captan la originalidad de la revelación de Jesucristo. Podíamos hoy preguntarnos el por qué de esta dificultad. ¿Por qué no descubrieron dicha novedad? El mismo Jesús lo dirá en otro pasaje del domingo pasado: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está bien lejos de mí.

Ahí esta el problema: la dureza de corazón. Esta enfermedad me lleva a justificar siempre mis acciones y a juzgar las acciones de los demás porque me dejan en evidencia. Por eso les molesta Jesús, porque con su modo de actuar les deja al descubierto.

Nos lo decía el Papa Francisco el 21 de abril de 2015: La Palabra de Dios siempre enfada a ciertos corazones. La Palabra de Dios molesta, cuando tienes el corazón duro, cuando tienes el corazón pagano, porque la Palabra de Dios te pide seguir hacia delante, alimentándote con ese pan del que hablaba Jesús. En la Historia de la Revelación, muchos mártires fueron asesinados por su fidelidad a la Palabra de Dios, a la Verdad de Dios.

Para poder acoger, por tanto, la novedad de Jesús y para honrarle no sólo con los labios sino, sobre todo, con el corazón es preciso un corazón nuevo. ¡A vino nuevo odres nuevos! Sólo un corazón nuevo es capaz de captar la novedad de Cristo, que es la novedad de la fe.

Este corazón nuevo es un don que tenemos que suplicar pues Jesús nos lo ha prometido por medio del profeta Ezequiel: y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne (Ez36, 26). Esto es la conversión: un cambio de corazón. Ahora bien, esto no lo hacemos por nosotros mismos. Es el Señor quien tiene que hacer este trasplante. Así le contestaba el papa Benedicto XVI a Anna, una joven italiana de 19 años, en un encuentro del 6 de abril de 2006: El corazón después del pecado «se endureció», pero este no era el plan del Creador; y los profetas, cada vez con mayor claridad, insistieron en ese plan originario… necesitamos un corazón nuevo; en vez del corazón de piedra -como dice Ezequiel- necesitamos un corazón de carne, un corazón realmente humano.  Y en el bautismo, mediante la fe, el Señor «implanta» en nosotros este corazón nuevo… En este «trasplante» espiritual, en el que el Señor nos implanta un corazón nuevo, un corazón abierto al Creador, a la vocación de Dios, para poder vivir con este corazón nuevo hacen falta cuidados adecuados, hay que recurrir a las medicinas oportunas para que el nuevo corazón llegue a ser realmente «nuestro corazón».

Pidamos a María que nos conceda un corazón como el suyo, ya que fue el más parecido al de Jesús para que podamos acoger la novedad de Dios en nuestra vida como el odre nuevo al vino nuevo.