Tenemos ante nosotros un fenómeno particular. Las lecturas de hoy y mañana podrían formar un díptico complementario. Por eso haremos un mismo comentario en dos partes. Hoy vemos la primera cara de ese díptico. Los evangelios de estos dos días tienen en común un asunto fundamental: dar explicación a la identidad de Jesús.

La esencia de la fe cristiana es responder  a una pregunta decisiva: «¿quién es Jesús, el joven nazareno?». El genial teólogo y educador Romano Guardini, explica que todo hombre y mujer de la tierra esta exigido a plantearse este interrogante y a darle una respuesta. Todo creyente de cualquier religión (busdista, judío, musulmán, hinduista, etc) y todo no-creyente, no pueden afrontar seriamente su posición filosófica o religiosa, sin haber dado una respuesta a la persona de Jesús. Esto es así por una sencilla razón -dirá R. Guardini- porque en la historia ningún otro fundador religioso  ha pretendido decir de sí mismo «yo soy el camino, la verdad y la vida».

Hoy Herodes, como mañana las gentes que rodean a los apóstoles, intentan dar respuesta a esta pregunta clave. Herodes por lo que ha oído de lo que Jesus hace o dice, pensaba que era una manifestación extraordinaria de un gran profeta,  ya fuera Elías (por lo que hacía) o Juan el Bautista (por lo que decía). Pero no podía ser ni  Juan Bautista disfrazado, ni tampoco una reencarnación. Herodes no podía reconocer todavía que Jesús era el HIjo Unigénito del Dios vivo. Porque para reconocerlo primero tenía que conocerlo, y Herodes no lo conocía personalmente. He aquí la importancia de toda catequesis y anuncio: si no se da primero a conocer es imposible poder adherirse personalmente a él. Este es el primer paso en el camino de la fe, dar a conocer a Jesucristo.

El segundo paso de la dinámica de la fe lo ejemplifica hoy Herodes Antipas. Él es un rey poderoso, defendido por el imperio romano e impuesto por él, y tiene todo a su alcance. Pero no está satisfecho, en lo hondo de su alma algo no termina de esta encajado. Hay un algo sin desvelarse: la verdad del vivir. No haya la respuesta y por eso le gusta oír a personas sabias e iluminadas, como San Juan Bautista, que pueden darle luz. Herodes «tenía ganas de ver a Jesús».

Este «tener ganas de ver a Jesús» es el segundo paso, simultáneo al primero, de la entraña de la fe. No se puede ver si se cierran los ojos. Para poder ver, primero hay que abrirlos. Herodes, sin saberlo, estaba ya en el camino de la fe. Su deseo de ver a Jesús era la antesala, aunque fuera motivado por el morbo de comprobar por sí mismo lo que conocía de Jesús (por el testimonio de otros). En nuestros días muchas personas no pueden encontrar la fe, primero porque nadie le ha dado a conocer a Jesucristo, y segundo porque  no quieren ver a Jesús, no se interrogan por él, no desean comprobar su veracidad, su acción divina. Por eso los cristianos estamos llamados  a hacer una «pre-evangelización»: suscitar en los otros el deseo de conocer (ver personalmente) a Jesús  vivo hoy entre nosotros. ¿Cómo? Por nuestro entusiasmo con Cristo, por nuestro amor y servicio en gestos y palabras, por nuestra acogida y misericordia a todos, nuestra generosidad sincera, y sobre todo, por la unidad entre nosotros. Estos son los materiales del templo que hoy nos manda construir el Señor para darle gloria, como un día le pidió a Israel a través del profeta Ageo ¡Qué precioso desafío!

¿Cuál es el culmen de la fe?  Mañana nos lo dirán las lecturas. Continuará…