Queridos amigos, vamos con la segunda parte de nuestro díptico que mencionábamos ayer. La cuestión decisiva de la historia personal y colectiva del mundo es la que hoy Jesús ha pronunciado sobre sí mismo: «¿quién dice la gente que soy yo?». Y del mismo modo: «¿quién dices tú quien es Jesus de Nazaret?». Desde la aparición de Jesús en la historia de la humanidad, esta cuestión está dirigida a todos los hombres de cualquier clase, condición, edad, cultura y tradición religiosa. Todos han de responderla, pues se juegan su salvación.

Así también, Jesús con esta pregunta despierta la fe del hombre. Primero, como dijimos ayer, hace que el hombre necesite conocer a Jesús para dar contestación adecuada sobre su persona. Segundo, el conocimiento de Jesús, como algo más que hombre auténtico, suscita el deseo de encontrarse con él personalmente. Hoy en el pasaje del evangelio de san Lucas se da un tercer paso en esta dinámica del hecho de la fe: tras conocer y desear encontrarse con este hombre fascinante, viene el reconocimiento en él de una realidad sorprendente, su divinidad. Así lo declarará Pedro en boca de todos: «Tú eres el Mesías de Dios».

Veamos. A una persona le hablan de Jesucristo, de su bondad, su amor, la verdad de sus palabras, la grandeza de sus actos, los milagros de sus manos… Esa persona puede quedar sumamente interesada en conocer más de su humanidad, de su talla moral y su sabiduría.. Esa persona puede quedar completamente fascinada, imantada profundamente por él y desearía tener una relación «tú a tú», con Jesús. Ahora bien, si Jesús no es eterno como Dios, este último paso queda inutilizado. Y Jesús quedaría reducido en el corazón de esa persona como alguien a quien admirar, de quien aprender moralmente, a quien imitar, pero poco más.

Por tanto, la afirmación de Pedro inaugura el último paso en la dinámica de la fe. Pues el culmen de la fe no es sencillamente estar convencido de unas ideas religiosas sobre Jesús y su Dios. La fe culmina desde el conocimiento y el deseo  por Cristo, en la realidad de poder adherirme personalmente a él, poder tenerle presente, poder dialogar con él, amarle, experimentarle como íntimo amigo, actual, cercano, visible «a su manera», audible «a su manera», tocable «a su manera»… Presente en medio de nosotros, en las circunstancias de la vida, en los hermanos más desfavorecidos, en los sacramentos de amor,… Esta posiblidad de «encuentro personal que da una orientación decisiva en la vida» (como decía Benedicto XVI en DCE 1) es lo que se abre cuando Pedro dijo «Tú Jesús eres el Mesías». Desde entonces a Jesucristo le puedes comprender como Dios-hecho-carne y por otra parte como aquel, que siendo eterno,  siempre estará personalmente cercano a cada uno.

Doy gracias al Espíritu Santo que por Pedro  hoy podemos no sólo reconocer a Jesús de Nazaret como Hijo de Dios , sino que puedo unirme a Él cada día más, como lo deseo con las personas que amo. Te doy gracias Espíritu Santo -como dijo S. Agustín- «porque Jesucristo siempre será en mi vida más amigo que ningún amigo, más padre que ningún padre, más hermano que ningún hermano», porque él es «el Mesias de Dios».