Precioso el pasaje del evangelio de este día, en el que vemos a Jesús una vez más, hablando de la sencillez y de la humildad del discípulo. La humildad, en mi opinión, es necesaria y fundamental para el cristiano y me encantaría que fuera algo por lo que nos distinguieran. Por eso, a la luz de este evangelio, me gustaría resaltar dos implicaciones de la humildad cristiana para nuestra vida diaria.

La primera implicación la podemos obtener del principio texto. Jesús no nos pide que seamos perfectos, ni eruditos, ni que tengamos muchos dones y talentos para seguir sus pasos, ni que seamos personas “importantes”. Si fuera así, ¿quiénes estarían a la altura?

Jesús nos pide, simplemente, humildad y sencillez de corazón, nos pide ojos para saberle reconocer a Él en los más pobres, débiles, frágiles, vulnerables y por eso nos pone el ejemplo de un niño. Nuestro Dios Todopoderoso se identifica con un niño que no puede nada. Se presenta ante nosotros débil y necesitado, quebrando nuestros deseos de grandeza e igualándonos a todos ante Él. El camino del cristiano no es un camino de ascenso, sino de descenso, de Kenosis (término griego que expresa esta idea).

Podríamos preguntarnos: ¿Qué implicaría en mi vida real, en mis circunstancias concretas, con las personas que me rodean, vivir ese camino de descenso?

Ilumínanos Espíritu Santo para reconocer en nosotros la voz de Dios que nos guía por sus mismos caminos de entrega y donación, de servicio y anonadamiento. Sabemos con certeza, que si queremos encontrarnos con Dios, debemos ocupar el último lugar, porque ahí El nos espera.

La segunda implicación la sacamos de la segunda parte de la cita, que también hace referencia a la humildad. Jesús les da una lección a sus discípulos. Vienen a decirles, que han querido impedir a una persona hacer algo bueno en su nombre por no ser de los suyos y ante esto Jesús les dice: “No se lo impidáis.”

¿Cuál es la implicación que podemos obtener de estas palabras? Todo hombre está llamado a vivir haciendo el bien, a vivir amado, sea cristiano o no. ¡Cuánta gente de buena voluntad, sin tener fe, está haciendo mucho bien en nuestro mundo! No solo no debemos impedirlo sino que debemos agradecerlo y con humildad dejarnos contrastar. Muchas veces, las personas no creyentes se convierten en un ejemplo de vida para las creyentes. En ocasiones me he preguntado: ¿cómo es posible que esta persona sin tener fe viva así? ¿Qué sería si tuviera fe? Y eso me ha llevado a una conversión personal. Estas personas me han hecho preguntarme: y yo, que tengo fe, ¿cómo vivo?

Os propongo pensar en alguna persona que sin tener fe os ilumine con su vida y os ayude a vivir vuestra vida de creyentes. Podemos dar gracias por estas personas y pedir por ellas.