Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre. Recordamos hoy a los arcángeles: Miguel, Gabriel y Rafael. ¿Quiénes son los ángeles? San Agustín, citado en el número 329 del Catecismo de la Iglesia, responde así: “El nombre de ángel significa su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel”. Continúa diciendo el Catecismo en ese mismo número: “Con todo su ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Porque contemplan «constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos» (Mt 18,10), son «agentes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra» (Sal 103,20).” Los ángeles son por tanto, los servidores y mensajeros de Dios.

El Papa Benedicto XVI explicando el nombre de los tres arcángeles decía que todos terminan en “El”, que significa “Dios”. Son aquellos que contemplan continuamente el rostro de Dios y le sirven. Son aquellos mensajeros que Dios envía a sus criaturas, interviniendo en momentos decisivos como por ejemplo en la Encarnación. El arcángel Gabriel anuncia a María el nacimiento del Hijo de Dios. Pero, ¿qué nos aporta a nosotros como creyentes la existencia de los ángeles? Dice el Catecismo que la vida de la Iglesia se beneficia de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles (nº 334). Afirma también que en la liturgia, la Iglesia se une a los ángeles para adorar al Dios tres veces santo (nº 335).

Vamos a unirnos en este día a la adoración de los ángeles a nuestro Dios: queremos alabarte y adorarte Señor por todo lo que nos das, por el don de la vida y por el don de la fe. Queremos alabarte por tu bondad, por tu entrega total en la eucaristía. Te alabamos por toda la creación, de la que Tú nos has hecho también custodios a nosotros, tus criaturas. El título de la encíclica Laudato Si del Papa Francisco es una invitación a vivir alabando a nuestro Dios por la creación. Alabar a Dios por todo lo creado nos ayuda a tomar conciencia de la grandeza de la creación y de nuestra responsabilidad para con ella. Termino con el número 1 de esta encíclica, que se convierta en oración para nosotros: “«LAUDATO SI’, mi’ Signore» – «Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco de Asís. En este hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba».”