Comentario Pastoral

SABIDURÍA Y DESPRENDIMIENTO

Dos grandes temas de profundo valor teológico se nos proponen a nuestra consideración en este vigésimo octavo domingo ordinario: ¿en qué consiste la verdadera sabiduría ¿qué hay que hacer para seguir verdaderamente a Cristo?

La primera lectura de la Misa es el elogio que el rey Salomón hace de la sabiduría, obtenida a través de la plegaria, Es un don mayor que toda riqueza, más que los cetros y los tronos, más que la salud, la belleza y la luz del día, En la Biblia la sabiduría no es la acumulación de conocimientos adquiridos con la experiencia de la vida, el estudio y el trato con los hombres sabios, Tiene una dimensión religiosa, es fruto de la cercanía a Dios, el Sumo Sabio, y se expresa en la piedad y en la observancia de la ley.

En el mundo de hoy, ¿se puede llamar sabio al hombre espiritual? Evidentemente que sí. Porque el hombre sabio es el que intenta ver y juzgar las cosas y los acontecimientos como los juzga Dios: guiado por el Espíritu de la Sabiduría y ayudado por la fe traspasa las apariencias y trata de llegar hasta el interior. La verdadera sabiduría, hoy como siempre, no es principalmente un acto de la inteligencia, sino del corazón, es decir, de toda la persona. La sabiduría espiritual es gustar y ver qué bueno es el Señor.

El segundo tema es el desprendimiento, dejar lo que se tiene para seguir a Cristo. El joven que se acercó a Jesús había cumplido los mandamientos desde pequeño, y estaba lleno de ideales más altos y de aspiraciones más grandes. Porque era bueno y bien intencionado, quería superar la simple observancia de la ley, para no quedarse en una religión de obligaciones cumplidas.

De repente, Jesús le propone, con mucho amor, algo nuevo, impensado. Es llamado a un radicalismo para seguirle. Para emprender la aventura del Espíritu hay que ser capaz de dejar todo: riquezas, relaciones útiles, buen puesto en la sociedad. Vender los bienes materiales es adquirir la libertad interior, superar ataduras terrenas, abandonar privilegios confortables, para alcanzar la disponibilidad del corazón que hace al hombre pobre de espíritu y rico en Dios.

El joven rico del evangelio (y nosotros también) es invitado a vivir un «éxodo» pasando del «tener» al «ser», del «poseer» seguridades materiales al «ser» discípulo de Jesús. Es necesario descubrir a Dios como el gran tesoro, el sumo bien, la plena felicidad, para no hacer de las riquezas terrenas un «dios», al que se rinde culto a cualquier precio. Lo que pide Cristo es valentía para saber dejar cosas y recibir el evangelio, hacerse pobre en el presente para ser rico en el futuro.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Sabiduría 7, 7 11 Sal 89, 12-13. 14-15. 16-17
Hebreos 4, 12-13 san Marcos 10, 17-30

Comprender la Palabra

Este domingo escuchamos del libro de la Sabiduría, las reflexiones de un rey ideal (Salomón). El espíritu de Sabiduría, dice, vale más que todas las riquezas. No hay hombre sensato, que, en su escala de valores, no ponga alguno por encima del dinero (por ejemplo, la salud, el amor auténtico, etc). El evangelio nos dirá que en la cumbre de todos los valores está el de seguir a Cristo, y que es ganancia al ciento por uno, dejarlo todo por él.

La Sabiduría es entendida como una realidad de origen divino, análoga al Espíritu de Dios, y frecuentemente puesta en relación con éste, y al final se identifica prácticamente con él. De este modo la Sabiduría de la que nos habla la Escritura, es la conjunción armoniosa de un don de Dios, gratuito y generoso, y una aportación reflexiva del hombre que interpreta e ilumina la experiencia. Este don se recibe como fruto de la oración. Hoy como ayer, el hombre necesita la luz de la verdadera Sabiduría para sopesar los bienes temporales, sin perder la esperanza de los venideros que le ayudarán a realizarse plenamente.

La segunda lectura de la Carta a los Hebreos, concluye con una exhortación de fidelidad, docilidad u obediencia a la Palabra de Dios. La más compleja intimidad del hombre le es trasparente como el aire a la luz del sol. Nuestra actitud ante ella es dilema de vida o muerte escatológica. El amplio contexto anterior (3,7-4,11) es una homilía en torno a aquella advertencia: «Hoy, si oyes su voz, no le cierres tu corazón…». La Palabra de Dios ilumina y mueve. Pero sobre todo es dinámica y transformadora. La Palabra de Dios entra en la intimidad del hombre, provoca un juicio y una toma de postura. Esta Palabra le permite sopesar en su justa medida todos los valores que el hombre posee y colocarlos en su justo plano. Esta Palabra sigue siendo hoy imprescindible para que el discípulo de Jesús, el creyente, pueda realizar su tarea en medio del mundo.

En el evangelio, Marcos, pone en labios del Maestro, de paso hacia Jerusalén, una lección sobre los bienes temporales con la vida eterna. Para los que creemos en Cristo, nuestra sabiduría es su Evangelio. A él debemos subordinarlo todo. Cuando se presenta un inevitable dilema entre perder la vida o renunciar a la posesión de determinados bienes materiales, el hombre sensato no duda en escoger la vida y perder lo demás. Las riquezas proporcionan un bienestar temporal, pero no trasciende los límites del tiempo. Jesús advierte del peligro de las riquezas, señalando, a la vez, la recompensa del desprendimiento. Jesús hace ver a sus discípulos que la vida eterna no se asegura añadiendo, sino más bien restando, viviendo, dando, hasta quedar totalmente despojado, aligerado y libre para el seguimiento.

Los discípulos de Jesús no pueden desentenderse de las realidades terrenas, cierto. No solamente no deben desentenderse, sino que han de asumir su propio compromiso temporal en medio del mundo. Pero están en medio de él como una instancia crítica que ha de hacerse visible y creíble. El equilibrio entre compromiso y esperanza superior y trascendente es una de las grandes tareas de la comunidad cristiana en medio del mundo. Al final hay un consuelo y una recompensa: para Dios nada hay imposible, y quien sabe situar y explotar los bienes en su plano y utilizarlos en la medida adecuada, se abre a la vida eterna como recompensa final.

Ángel Fontcuberta

 

al ritmo de las celebraciones

Fiesta de Santa Teresa de Jesús

 

En el 500 aniversario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, Fundadora del Carmelo Teresiano.

Nace en Ávila el 28 de marzo de 1515. Hija de Alonso de Cepeda y de Beatriz de Ahumada. Familia numerosa: tres hermanas y nueve hermanos. Era un hogar en el que se favorecía la lectura, y se fomentaba la piedad. El 2 de noviembre de 1535, ingresa en el Monasterio de la Encarnación, donde hará su profesión religiosa el 3 de noviembre de 1537. Sintiendo la necesidad de renovar la vida del Carmelo, funda el 24 de agosto de 1562 el convento de San José en Ávila. es un gran reto que ha de afrontar el pequeño grupo de religiosas, en comunión de fe y de vida. Muere de edad avanzada la tarde del 4 de octubre de 1582. El día siguiente, debido a la reforma gregoriana del calendario, será 15 de octubre.

Los santos no mueren; rebasan su tiempo y se perpetúan. Más si se trata de alguien, como santa Teresa de Jesús, que ha vivido profundamente el misterio de Dios y del hombre, que ha sabido expresarlo en palabras limpias y claras, y que ha vivido por los otros: la Iglesia, el mundo. Muchos la veneraban ya aún en vida, como «madre» y «maestra».

Pablo V la beatifica el 24 de abril de 1614, y Gregorio XV la canoniza el 12 de marzo de 1622. Pablo VI la declara «Doctora» de la Iglesia el 27 de septiembre de 1970.

Según la eucología de esta fiesta, Dios ha suscitado, por inspiración del Espíritu Santo, a santa Teresa, para mostrar a la Iglesia el camino de la perfección. Por este motivo se pide al Señor, que conceda al pueblo cristiano vivir de su doctrina y desear la verdadera santidad (cf. oración colecta); ofreciéndonos como dones gratos al Señor, imitando su ejemplo (cf. oración después de la comunión).

Las lecturas propias de esta fiesta, destacan cómo Dios se revela a los mansos y humildes de corazón (cf. evangelio: Mt 11,24-30), que saben descubrir la sabiduría divina que sale al encuentro de quien teme al Señor y observa su ley. Esta plenitud de sabiduría e inteligencia que recibe quien se abre a la acción de Dios en él, conlleva contar la fama del Señor a los hermanos y alabarlo juntamente con ellos, en medio de la asamblea.


Ángel Fontcuberta




 

Para la Semana

Lunes 12:
Nuestra Señora del Pilar, fiesta de España e Hispanoamérica.

1 Crónicas 15.3-4. 15-16;16,1-2. Metieron el arca de Dios y la instalaron en el centro de la tienda que David le había preparado.

Sal 26. El Señor me ha coronado, sobre la columna
me ha exaltado.

Lucas 11,27-28. Dichoso el vientre que te llevó.
Martes 13:
Romanos 1,16-25. Conociendo los hombres a Dios, no le han dado la gloria que Dios se merecía.

Sal 18. El cielo proclama la gloria de Dios.

Lucas 11, 37-41. Dad limosna y lo tendréis limpio todo.
Miércoles 14:
Romanos 2,1-11. Pagará a cada uno según sus obras, primero al judío, pero también al griego.

Sal 61. Tú, Señor, pagas a cada uno según sus obras.

Lucas 11.42-46. ¡Ay de vosotros, fariseos! ¡Ay de vosotros también, maestros de la Ley!
Jueves 15:
Santa Teresa de Jesús, virgen y doctora. Fiesta.

Eclesiástico 15,1-6. La llena de espíritu, de sabiduría e inteligencia.

Sal 88. Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré.

Mateo 11,25-30. Soy manso y humilde de corazón.
Viernes 16:
Romanos 4,1-8. Abrahán creyó a Dios y esto le valió la justificación.

Sal 31. Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.

Lucas 12,1-7. Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados.
Sábado 17:
San Ignacio de Antioquía /+107), obispo, condenado a las fieras, mártir.

Romanos 4,13,16-18- Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza.

Sal 104. El Señor se acuerda de su alianza eternamente

Lucas 12,8-12. El Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir.