¿A quién no le gusta ser famoso, ser reconocido por los demás, tener éxito, ser imprescindible, y todas esas cosas que nos halagan y nos hacen crecer en nuestro ego? Por eso, entendemos muy bien la petición de Santiago y Juan al Señor: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. Así, con toda la cara, se le acercaron a Jesús y le hicieron esa petición, con aires de cierta exigencia: “Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir”. Claro, que tampoco el Señor se queda corto en su respuesta: “No sabéis lo que pedís”; y, en lugar de entrar en devaneos con la petición de los apóstoles, les abre los ojos: “El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado”.

Muchas veces nuestra oración llega a Dios cargada también con aires de cierta exigencia: ¿No eres Dios? ¿No dicen que eres Padre, que me quieres, y todo eso? ¿Por qué no me das lo que te pido? Y cuando parece que no solo Dios no nos escucha, sino que en lugar de concedernos lo que le pedimos nos manda su “cáliz” para que bebamos de él, entonces comienzan a levantarse en nosotros todo tipo de sospechas, dudas, quejas y puede que hasta improperios, contra la providencia de Dios. Pero, es verdad: no sabemos lo que pedimos.

Pedir es ya una buena forma de oración, aunque se trate de pedir cosas muy materiales y cotidianas, porque en esa oración de petición va implícito el reconocimiento de nuestra condición pobre y limitada. Pero, no sabemos pedir; y parece que, a veces, nos conformamos solo con la pedrea, aunque llevemos un décimo premiado con el gordo. Hay una oración mucho más madura y profunda, que consiste en beber del cáliz del Señor; en ella se gusta realmente ese sabor de intimidad con Dios. No se trata de una oración para unos cuantos escogidos, reservada para aquellos tipos extraordinarios, como santa Teresa de Jesús y otros grandes místicos, que ya nacieron con otra pasta distinta a la nuestra. No. Esta oración de gran intimidad con Dios es para todos, pero no todos queremos o estamos dispuestos a entrar en ella y terminamos por conformarnos con la pedrea. Nos asusta eso del “cáliz” y del sufrimiento, porque miramos la cruz desde abajo, y no desde arriba, desde Dios.

Pero, ya se ve que la lógica de Dios es la lógica del absurdo: para ser primero hay que ser el último, para ser grande hay que servir, para entrar en la intimidad de Dios hay que beber su cáliz, etc. Esta lógica de Dios será siempre un desafío a nuestra razón, que necesita tener las cosas muy claritas, y a nuestra vanidad, que no soporta pasar a los ojos de los demás como el último y el servidor de todos. Es lo que les pasaba a Santiago y Juan. Pidamos hoy al Señor la gracia de entrar en su intimidad, de saborear su presencia a través de ese poquito de su Cruz que él nos quiera dar cada día. Esto es ya un don y un premio, aunque no logremos entenderlo, mucho mayor que el sentarnos a la izquiera o a la derecha de Dios.