Hay personas con las que converso cuando nos saludamos por la calle, que rápidamente me comentan lo que piensan y sienten ante situaciones de la vida y ante los problemas a los que tienen que enfrentarse. A veces, me da la sensación de que en el fondo, piensan que lo que ocurre tiene que ocurrir y no podemos hacer nada; parece que estamos como determinados a ello y no es responsabilidad nuestra. Es cierto, que ante las enfermedades que no controlamos, o una desgracia imprevista, nos sentimos impotentes. Pero, si nos paramos a pensar detenidamente, analizando las repercusiones de nuestra forma de vivir, de nuestras decisiones y de los actos que hacemos, si nos fijamos en sus consecuencias, nos damos cuenta de que todo en nuestra vida es un complejo sistema de interacciones que van influyendo en lo que nos sucede. A veces de forma decisiva y otras no tanto.

Tenemos una libertad como hombres, que no terminamos de creérnosla. Quizás por ignorancia o quizás porque nos da miedo tenerla. Hemos aprendido por la revelación que esta libertad nos ha sido dada por Dios e implica en nosotros una responsabilidad. Es verdad que hoy en día todo el mundo huye de las responsabilidades, para no meterse en problemas o para quitárselos de en medio o para no asumirlos. Si hacemos algo que está mal, pecamos, somos responsable de ello, igual que si hacemos algo que esta bien.

En la carta a los Romanos, Pablo quiere que caigamos en la cuenta que nuestro destino no es algo inevitable, tanto para bien como para mal, sino algo querido y escogido. El reino de Dios llegará a nosotros en cualquier momento y si queremos, podemos entrar en el. Jesús en el pasaje de hoy nos invita a ser responsables, a no jugar con nuestras vidas, ni con las de los demás, y a estar preparados siempre, más que estar malgastando energías, ilusiones, esfuerzos y esperanzas poniendo todo nuestro interés en las posesiones y seguridades de aquí. El creyente debe permanecer vigilante en la espera de la venida del Señor. Y ya sabes cómo: vive el evangelio y obedece a tu Dios en todo lo que nos enseña, empezando por los mandamientos y continuando por las bienaventuranzas (Aquí estoy, Señor para hacer tu voluntad). Es bastante tarea, pero tenemos todo el tiempo que él nos regala y su gracia desbordante que siempre supera nuestro pecado. Si así lo crees y así lo intentas vivir, la gracia reinará en tu vida, causando una justificación personal que conduce a la vida eterna. El Señor lo hará posible, pero siempre, con nuestra colaboración.