Cuantas veces no has oído a alguien, o quizás a ti mismo, lamentarse porque no ha visto venir algo malo: una traición, perder algo importante, un engaño, etc. Cuantas veces no nos lamentamos por no habernos dado cuenta lo que era evidente y no hemos sabido elegir acertadamente. Sabemos interpretar los signos atmosféricos, el tiempo meteorológico, y no el tiempo decisivo de la salvación. Jesús se lamenta de la hipocresía de aquellos que no quieren reconocer lo que acontece delante de ellos. Se lamenta por su ceguera espiritual.

Hoy le pasa a mucha gente. Vemos como la religión es acosada hasta expulsarla de la vida pública, para ser recluida a la vida privada de los que afirman somos unos pocos. Esto quizás te este pasando o te puede pasar a ti. No saben interpretar los signos de los tiempos, la predicación y persona de Jesucristo que es el heraldo del reino de Dios, el que nos habla para ayudarnos a solucionar los grandes problemas de nuestra existencia ¿Qué mal hace su Palabra? ¿Que problema somos para la sociedad los que le seguimos de sincero corazón?

San Pablo comparte el testimonio de un hombre libre, humilde y sincero consigo mismo y con los demás, algo muy escaso en los tiempos que corren: Cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro inevitablemente con lo malo en las manos. ¿Cuantos no hemos vivido lo mismo? ¿Cuantos no nos sentimos así en múltiples ocasiones y en la soledad, cuando acaba el día, y hacemos examen de conciencia? No nos dejemos llevar, ni engañar, por tantos hipócritas que hoy se empeñan en negar el mal que hacen y que se sufre, por un orgullo generalizado que mira hacia otro lado e intenta negar o manipular, incluso la conciencia, para justificarse con el “todo vale”.

Acusar a la religión de todos los males de la humanidad y no hacer examen de conciencia de los propios actos, justificando el mal que se hace desde la ignorancia moral, no soluciona nada de la vida, ni del mundo. Precisamente, es dar la razón al apóstol de la fuerza que tiene el pecado en los hombres: En mi interior me complazco en la ley de Dios, pero percibo en mi cuerpo un principio diferente que guerrea contra la ley que aprueba mi razón, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mi cuerpo. Deja de guerrear contra la Ley de Dios pensando y actuando como un mediocre y abre tu mente y tu corazón, tu persona, al único que te libera: Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. No se puede decir más claro, ni ser más certero. Sólo podemos ser coherentes y hacer el bien que queremos siempre con la ayuda de la fe, con la ayuda de Él.

Tenemos que aprender de una vez y saber interpretar, para dejarnos guiar hacia la libertad auténtica que nos da la fuerza de la gracia que vence al pecado. Esta nos ayuda ha hacer lo bueno, el bien que queremos, que el Señor nos enseña. Repite en tu interior el pasaje del salmo 118 de hoy, una y otra vez, hazlo desde la confianza y siéntelo con fe.