Fotolia_2954397_XSLas personas que van con una prisa desquiciada no es que morirán antes, es que apenas se enterarán de que han vivido. Dice el Señor que el Reino de Dios se inicia en la Tierra y crece. Y ese crecimiento no tiene peculiaridades diferentes a las propias del árbol, cuyo ascenso es deliciosamente lento hasta que la musculatura de su tronco madura y es capaz de sostener los nidos, los pájaros, los niños que trepan hasta la copa y la nieve del invierno. El agua mansa va produciendo el milagro de la lentitud. Hay como un ritmo incrustado de pequeñas pausas en todo aquello que Dios ha creado, un aura imperceptible de desarrollo.

Si eres de los que te importuna la lentitud y no tienes la paciencia básica para explicar un problema de matemáticas a tu hijo, que se hace el remolón, es difícil que veas crecer el Reino de los Cielos en tu vida. Mucha gente piensa que haciendo más cosas y llegando a más sitios serán capaces de evangelizar más o cargar las alforjas de lo cotidiano con más y mejores bienes. Son gente capaz de reprocharle al mismo Señor que estuviera callado 30 años y sólo dedicara 3 a revelarnos el misterio de su Persona. Un tiempo desperdiciado, dirán, y además circunscrito a un área de acción mínima, Palestina, cuando bien podría haber nacido en la capital del Imperio y haberse dirigido al mismo César, no a un subalterno, a un prefecto de esa provincia más bien conflictiva que era Judea.

Exprimir el tiempo, llenar de muchas horas la jornada, más que de vida, es un fraude de existencia. El Reino crece cuando un día descubres una frase del Evangelio que, sin saber por qué, te acompaña durante semanas, y te ayuda a saber escuchar mejor a la gente del trabajo y hacer de tu tiempo un proceso que va desplegándose con generosidad. Y entonces uno se va a dormir más calmado, dando gracias a Dios por el día transcurrido por pura necesidad de agradecimiento, no porque tenga que aprovechar el último minuto para acordarse de Dios. Es la diferencia entre caer derrotado en la cama o hacer, incluso del descanso, un tiempo de oración. Sin prisa, que Dios siempre te alcanza.