bora boraQue Jesucristo pasara la noche entera en oración es uno de los acontecimientos prodigiosos más provocadores del Evangelio, porque puede que nos ayude a redefinir qué es eso de ponerse a rezar. Si eres de las personas que crees que la oración es un programa de radio dedicado a las peticiones del oyente, en el que vas soltando el relato de tus necesidades, te columpias de medio a medio, porque ¿qué necesidades tendría el Hijo de Dios para que su Padre las solventara?

Cristo es Persona divina, cuyo ‘hábito de ser’ es una Vida en estado de relación. Las tres Personas de la Trinidad existen en permanente comunión, en trato mutuo, en tertulia de almas, diríamos. El misterio de Dios, la almendra de ese misterio, es un estado de perpetua y delicada comunicación. Para entendernos, en Cristo había una necesidad de usar el lenguaje humano para seguir en estrecha vinculación con el Padre.

Hace poco unos recién casados me dijeron que se iban de viaje de novios a Bora-Bora, donde los organizadores del viaje dejan una isla enterita para la pareja (con todo el lujo de comodidades e incomodidades) el tiempo que hayan estimado. Me decían, «a nosotros no nos intimida estar en soledad, hablando, dosificando nuestro tiempo, es más, charlar, estar en silencio pero juntos, mirarnos, buscarnos, es lo que añoramos». Esa es justo una interpretación que nos viene de perlas para entender la oración de Cristo, que pasaba algunas noches enteras velando.

En Cristo había un entusiasmo verdadero por estar con el Padre. Si vas a la oración sin ganas humanas te verás muy pronto defraudado y dejarás de citarte con quien tiene avidez de mirarte. La Sagrada Escritura está llena de la pasión de Dios por el hombre, «él sale como el esposo de su alcoba, contento como un héroe a recorrer su camino», «los amó hasta el extremo», «he venido a traer fuego a la tierra y cuánto deseo que esté ardiendo». A Dios le gusta vernos solos, como todo padre se emociona cuando ve a su hijo jugando en un rincón con su tortuga de plástico y sus aviones; le fascina la serenidad del hombre que duerme.

Y a nosotros nos incomoda sacar un tiempo de conversación con Él, no sólo incapaces de una noche, sino diez minutos en vela.