imageFestividad de todos los santos, en la que celebramos a aquellos que llevaron en la tierra una amistad mantenida y la culminaron felices. Porque no es otra cosa la santidad sino una amistad lograda entre Dios y el hombre, como el amor no es sólo propósito de enamorados sino ejercicio continuado del arte de verse en el otro. Al vulgo, el santo cae mal, le parece un tipo insano con hipertrofia de pureza.

Todos hemos conocido a santos no declarados expresamente por la Iglesia que han convivido entre nosotros, puede haber sido nuestro abuelo o nuestra madre, han sido felices con su abnegación, en su naturalidad de trato con el Señor, y además era tan dulce su compañía, apetecía andarse entre ellos.

Además de haber petrificado a los santos en estatuas de estuco, creemos que el más allá será un universo igualmente estático donde estaremos viendo siempre atardeceres malva sobre un prado fresco, los leones se dejarán acariciar y todos llevaremos vestiduras blancas que no se ensuciarán nunca. No hará falta dormir, porque no habrá noche y sonará música de flautas de pico todo el tiempo. Madre mía, menudo planazo. No sé tú lector, pero a mí me parece un soberano despropósito una falta de imaginación de mucho calibre. Ya lo decía San Pablo, «ni ojo vio ni oído oyó aquello que Dios tiene preparado para los que le son fieles».

Pero como el Reino de Dios empieza aquí abajo, disponemos ya de algunos aperitivos que nos hablan de aquello que se nos mostrará cuando nos pongamos en la presencia de Dios. Para encontrarlos hace falta cierta disposición a ensanchar la vida interior. Si la amistad con el Señor flojea, si te pesa la misa del domingo, si la oración la ves como un obstáculo surrealista de puro silencio del que siempre sales con la misma fertilidad de un desierto, si estás perdiendo la sensibilidad para reconocer tus errores y confesarlos, así no encontraras el oro que Dios guarda escondido en el mundo.

Te propongo un ejercicio. Sé un solo día permeable al sufrimiento de los demás, deja que nazca en ti una preocupación sincera por quien sólo muestra debilidad. Desaparecerá inmediatamente de ti la preocupación por el tiempo y, con la ingravidez de esas horas que se esfuman, rozarás la eternidad, el otro lado. Empezarás a entender un poco aquello que Jesús nos dijo, «todo lo que hagas a uno de estos, a mí me lo haces». Dejarás entrar la eternidad en la estricta temporalidad. Y gritarás aquello del poeta chileno Óscar Hahn: «Vivir no puede ser algo tan pobre como estar en un cuerpo que se hace cenizas, que se hace escombros».