Los 10 leprosos quedaron limpios mientas iban de camino. Jesucristo ni siquiera llegó a tocarlos y su curación no fue instantánea, sino “de camino”. Pero sólo uno volvió para dar gracias, solo uno experimentó y vivió la gratitud. ¿Qué le sucedió a él que no le sucedió al resto? Dice el Evangelio que “viéndose curado, se volvió glorificando a Dios…” La gratitud es esa virtud que nos ayuda a conectar el don con el donante. Si lo que nos han dado gratis es bueno el que nos lo ha dado es bueno y quiere nuestro bien. La gratitud impide quedarse en uno mismo gozando del bien recibido, es como si un hilo invisible uniera el regalo con el dador y al tirar de él apareciese el otro. El leproso, viéndose curado, se dio cuenta de que Dios es bueno y no cruelmente caprichoso. Entonces sucedió otra cosa provocada por la gratitud. El leproso reconoció en aquel maestro judío al Hijo de Dios. Y es que la gratitud nos abre los ojos y el entendimiento y nos permite “re-conocer” al otro. Creíamos conocerlo, pero resulta que con su favor, con su regalo, nos ha sorprendido y conocemos así algo nuevo en él, o mejor, lo conocemos como realmente es, más auténticamente.

Este leproso, por la gratitud. Reconoció a Cristo y eso le llevó a la fe, una fe que quizás estaba perdiendo.

Que María nos ayude a vivir la gratitud, reconociendo a Dios cada día en todo lo que nos da. Amén