¿El Reino de Dios está dentro de nosotros? ¿Es eso cierto? Resulta difícil de creer en una sociedad profundamente emotivista donde se busca la demostración de todo y donde dicha demostración suele basarse en los sentimientos. La respuesta de esa sociedad sería: “no lo puedo creer porque no lo siento dentro de mí”. Que sería más o menos lo mismo que decir, “no creo en mi alma porque no la siento dentro de mí”. Es cierto, es muy posible que no “sintamos” el Reino de Dios en nosotros, es decir, la presencia del Espíritu Santo, del poder de Dios en nuestro interior. Pero es un hecho que sentimos buenos deseos, que experimentamos compasión, que amamos y anhelamos el amor. Y eso sucede de modo simultáneo y convive con malos deseos, odios e indiferencia. Lo último nos pertenece, lo primero no del todo pues ambos son incompatibles. Eso quiere decir que en nosotros habita un principio distinto de nosotros que nos mueve al bien, al amor, a la compasión y que está en continua lucha con aquello de nosotros que tiende a lo contrario. Sí, el Reino de Dios está en nosotros como una semilla, como un rayo de luz que quisiera entrar hasta el fondo del alma. No hay que buscarlo fuera o, peor aún, sentarse a esperar que actúe. Pide de nosotros colaboración, pide que abramos las ventanas por la oración, que reguemos al semilla con la gracia de los sacramentos.

El Reino de Dios es el Espíritu de Dios actuando en nosotros que busca transformar del todo nuestra vida, poner orden y belleza en todo lo que hacemos. Si decidimos colaborar con su acción entonces todo eso será posible.

Que María nos ayude y enseñe a hospedar y obedecer a tan insigne huésped. Amén.