El Evangelio que nos propone hoy la liturgia tiene un marcado carácter escatológico que indica la llegada inminente del tiempo litúrgico del adviento. Nos preparamos para celebrar que Nuestro Salvador vino a habitar entre nosotros en “la plenitud de los tiempos”. Es algo que sucedió en el pasado pero que abrió la historia a una nueva plenitud, a una nueva venida que será, esta vez, la definitiva. Esperamos la segunda venida de Cristo, su victoria definitiva. Es esto lo que rezamos cada día en el Padrenuestro: venga a nosotros tu Reino…”. Hemos sido creados y salvados para ese momento. Todos vimos, en cierto modo a Cristo ascender en esa nube y todos le vimos desaparecer. Es normal pues, que todos deseemos volver a contemplar su rostro. No sabemos cuándo sucederá esto. Ni siquiera el Hijo del Hombre lo sabe, pero puede ser cualquier día de cualquier semana cuando menos se le espere. Y a los que deseamos su venida, no nos cogerá del todo desprevenidos, sino anhelantes, despiertos como las vírgenes prudentes. Pero esto sucederá solo si ya ahora hemos renunciado a hacer de esta vida nuestra única vida y de esta morada temporal una perpetua. Aquel día será muy distinto para muchos. Unos pensarán que todo se acaba y otros, que todo no ha hecho más que empezar. Unos pensarán con miedo que lo pierden todo mientras que otro verán por fin colmada su esperanza con una generosa recompensa. “Quien quiera ganar su vida la perderá…”. Cómo nos asusta el conocer la inexorable llegada de un acontecimiento sin poder predecir y controlar su fecha! Pero Dios no se ciñe a nuestras agendas porque son vanas como son vanos nuestros esfuerzos de medir el tiempo de la entrega o del amor o del sufrimiento. ¿No dice Dios que mil años son para el como un día y un día como mil años? Solo tenemos este “ahora” para amar, sufrir, perdonar o rezar…Todo lo que pase de ahí puede estar detrás de esa segunda venida, es decir, no existir ni como amor ni como dolor ni como alegría. Perder la vida cada día pensando en los próximos 30 años quizás sea demasiado, pero perderla ahora, en este instante, en cada detalle concreto, para recuperarla en la vida eterna…es algo que podemos hacer.

Que María nos ayude a comprender cuál es la vocación de eternidad a la que hemos sido llamados. Amén