Estamos a punto de comenzar el adviento que, como sabéis es un tiempo de esperanza, en el que esperamos con gozo la venida de Nuestro Señor Jesucristo. Esperamos con gozo porque sabemos que su venida fue el comienzo de nuestra salvación. Con su venida se abrió para nosotros un tiempo de esperanza que será culminado con la segunda venida de Cristo al final de los tiempos en que vendrá para vencer definitivamente y recapitular todas las cosas en Él.

Nos encontramos en el tiempo entre estas dos venidas. Es un tiempo de espera…pero qué es exactamente lo que estamos esperando? Y ¿cómo lo estamos esperando? Porque el modo en que esperamos depende de aquello que esperamos.

No estamos esperando que el sol deje de brillar ni que la luna se apague. No estamos esperando cataclismos o desastres naturales. No estamos esperando todo aquello que va a rodear y preceder la venida de Cristo. Lo que estamos esperando es al mismo Cristo, al Rey del universo, al vencedor de la muerte. El resto de acontecimientos no son más que los signos que anuncian su venida. Es cierto que son terribles y que espantan. Es cierto también que este mundo se acabará tal y como lo conocemos y empezará un mundo nuevo. Pero también es cierto que ese día será muy diferente para los que hayan sido fieles a Cristo y para los que no lo hayan sido.

La primera lectura dice que será un tiempo de tribulación como no lo ha habido jamás, pero a continuación explica que será distinto para dos tipos de hombres: unos despertarán para la ignominia, para el horror eterno. Se refiere a aquellos que durante su vida obraron el mal y fueron condenados. Esos, el día de la resurrección de los muertos, el día del juicio final, resucitarán para la ignominia. Y aquellos que ese día estén vivos y hayan sido obradores del mal, sufrirán la misma suerte. Pero hay otro grupo, el de los hombres prudentes. Aquel día, estos brillarán como estrellas por los siglos de los siglos. Así pues, ese día no será horrible para todos pues los que hayan buscado a Cristo y hayan obrado el bien, estarán a salvo y llenos de esperanza y alegría ante la venida del Salvador. Ese día recibirán su recompensa para siempre. Así pues deberíamos estar esperando este momento con esperanza, con alegría. De hecho en el padrenuestro rezamos para que este día llegue pues sabemos que nuestro verdadero lugar está en el Reino de Dios.

 

¿Y cuándo será esto? Ni el Hijo del Hombre lo sabe. Resulta misterioso el hecho de que ni el mismo Jesucristo sepa cuáles son los planes de su Padre para este final. Jesucristo parece saberlo todo respecto a su misión y a su Padre, pero aquí no sucede eso. Él mismo afirma desconocer la fecha, y si él no la conoce, cómo podría conocerla alguien? Pero lo cierto es que tampoco necesitamos saberlo. Solo necesitamos saber que tenemos que estar preparados, es decir, que tenemos que vivir preparándonos para este momento. En realidad, este momento nos llega a cada uno el día de nuestra muerte. Ese es nuestro apocalipsis anticipado porque ese día veremos al Señor cara a cara. Tampoco sabemos el día de nuestra muerte, y vivimos sin preocuparnos demasiado por ello porque sabemos que estamos en manos de Dios. Lo único que nos interesa es que, cuando ese momento llegue, nos encuentre preparados.

En los últimos años ha habido una proliferación de películas de tono apocalíptico pronosticando bien el fin del mundo, bien desastres de todo tipo. Parece el despertar de una conciencia escatológica. Como si nunca antes nos hubiesen preocupado estas cosas. Si esto sirve para hacer que la gente se convierta y ame más a su prójimo, bien venido sea, pero si solo sirve para hacer caja y tratar de entretener, entonces es un espectáculo frívolo y sin sentido. El mundo del cristiano empieza en su familia, y la familia está siendo destruida de manera sistemática. Deberíamos estar preocupados por ese desastre y no por otros cuya fecha desconocemos. El amor nace en la familia y es el amor el que salvará el mundo.

Cuando el día del Señor llegue, que nos encuentre amando, con las manos y el corazón llenos de buenas obras y esperando anhelantes la venida del salvador.

Que María, madre de la esperanza, nos enseñe a esperar. Amén