No se me olvidará jamás una clase de arqueología bíblica cuando la profesora al comentar este pasaje de san Lucas, situaba la escena en Cafarnaún, en la misma casa de Pedro.Nos señalaba con diversas pruebas cómo aquella casa, según la señala la tradición venerable, era de planta cuadrada con un patio en medio. Allí Jesús debió sentarse -postura que tenían los rabinos para enseñar-y a su alrededor se agolparía esa multitud insigne que cita san Lucas (fariseos y maestros de la ley) y asomándose por los ventanucos de las estancias contiguas  se asomarían las personas del pueblo llenas de curiosidad ante tal encuentro de eruditos. El detalle que nos señaló aquella profesora fue realmente esclarecedor. Como no pudieron hacer llegar al patio de la casa al paralítico, sus camilleros le subieron hasta la terraza de la casa par descolgarlo hacia el patio interior quitando las losetas que les impidieran ese ejercicio. Total, el ruido al quitar trozos de paja, argamasa y piedra, debió ser tan escandaloso que paralizó el diálogo entre Jesús y los maestros de la ley… ¡Cuanto trabajo, esfuerzo, ganas, ilusión por hacer llegar a ese paralítico a Jesús! ¡Cuánta esperanza por recuperar la capacidad de maniobra y el sentido de vivir!

Muchos piensan que los hombres suelen moverse llevados por el miedo o la ambición. Y a lo mejor tienen razón. Pero quien actúa pensando en la aprobación de los demás para sentirse aceptado, o actúa pensando en su comodidad, placer o beneficio, finalmente se convierte en un hombre sin libertad. Por el contrario si la niña, el joven o el adulto, se movilizan buscando un mayor bien para todos, con la esperanza cierta de poder alcanzarlo plenamente algún día, no hay quien le frene. Como al paralítico, y digo más, como a los camilleros del paralítico. Para un corazón con esperanza no hay obstáculos totalmente imposibles de sortear. Por eso, despertar la esperanza de que existe el perdón para una vida de fracasos, un amor grande que encontrar, una fuerza que libera de ataduras o vicios, un consuelo para el dolor o la verdad que explica lo que vives, es hacer de «camilleros de la misericordia» de Dios. Ellos, desde la azotea, bajaban al paralítico con la seguridad de la fe de que Jesús tenía la llave para su vida.

¡No sólo iba a andar de nuevo! ¡También iba a ser liberado de las ataduras de su corazón! Eso sí que «son cosas admirables», como dijeron todos aquel día. Por eso, este adviento, tiene un sabor muy especial, porque podemos renovar nuestra certeza en la fuerza de Cristo. Conscientes de que con el Señor, la paz, la justicia, la fidelidad, son posibles. ¿No ocurre así entre nosotros?  ¡Qué bonito día para sonreir de nuevo, para ofrecernos de nuevo, para decir «sí», para animarse de nuevo, para ir a la parroquia o al grupo de nuevo, para…!

Que San Ambrosio, cuya memoria celebramos, nos ayude a llevar a Cristo a los demás como él lo hizo con San Agustín, siendo un auténtico camillero de esperanza.