Normalmente en la figura en la que más fijamos en Adviento es en María. La semana pasada celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción, que siempre en un hito en este camino de preparación hacia la Navidad. María nos ilumina a todos con su disponibilidad para hacer la voluntad de Dios y con su confianza plena en la acción de Dios sobre ella. Sin embargo, San José parece que siempre se queda un segundo plano, que cobra menos protagonismo. El evangelio de hoy nos invita a mirarle a él y a descubrir en su persona un ejemplo y un testimonio de vida. Sabemos que el evangelio de Mateo da el protagonismo a José mientras que el de Lucas se lo da a María.

El Papa Francisco inició su pontificado en la fiesta de San José y nos dejó unas hermosas y edificantes palabras sobre este evangelio: “Hemos escuchado en el Evangelio que “José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer” (Mt 1,24). En estas palabras se encierra ya la la misión que Dios confía a José, la de ser custos, custodio. Custodio ¿de quién? De María y Jesús; pero es una custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado el beato Juan Pablo II: “Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo” (Exhort. ap. Redemptoris Custos, 1).”

El Papa continuó diciendo en su homilía que San José ejerció esta custodia con discreción, humildad, silencio y una fidelidad total. Todas estas cualidades que Francisco destacó del San José estamos llamados nosotros también a vivirlas. En este día podemos reflexionar en nuestra oración personal cómo las estamos intentando vivir en el presente.

Señor ¿en qué situaciones de mi vida me pides discreción? ¿Qué humildad me propones vivir en el presente? Son preguntas que podemos hacernos a la luz de este evangelio y a la luz de la persona de San José. ¿Qué silencio me estás pidiendo Señor en este momento de mi vida? A veces no nos es fácil callar y rápidamente caemos en hacer juicios externos o internos de las personas con las que tratamos a diario, San José supo callar y no juzgar, no repudió a María, al revés, asumió como propio un hijo que no era suyo. Contemplemos hoy esta escena y dejémonos convertir por el silencio de San José.

Te pedimos Señor que nos enseñes a ser custodios de la vida de Dios en nosotros, en los demás, en nuestros ambientes, en la Iglesia.

Ven Señor Jesús, te esperamos.