El sábado pasado fuimos con algunos de la parroquia a cantar villancicos al hospital que atendemos. Ya había avisado a los enfermos que más les valdría ponerse buenos y que les diesen el alta antes del sábado o tendría que castigar sus oídos. Les dio bastante igual mi amenaza pues es un hospital en el que hay mucha gente mayor y bastante sorda, así que allí fuimos. Los villancicos tienen una virtud, los suelen cantar con más ganas y con más ímpetu los que peores cantamos. Y efectivamente en cada habitación entraba el primero cantando un chaval con muchas ganas pero con una oreja (eso no se pueden llamar oídos), enfrente de otra. Pero daba igual, con los villancicos se perdona todo, y los enfermos en mejor estado rompían también a cantar, incluso una de las enfermas más mayores nos cantó un villancico a nosotros. Es bueno que la expresión de la Navidad sea romper a cantar –aunque sea mal-, y adorar así al Niño Dios.

“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava”. María también rompe a cantar. Ojalá todos los católicos del mundo rompiésemos a cantar y no con el soniquete de la Lotería Nacional. Rompe a cantar por la misericordia de Dios, rompe a cantar pues Dios se hace hombre, rompe a cantar pues a elegido a María como Madre, rompe a cantar porque María dijo sí, rompe a cantar porque Dios también mira tu humillación, rompe a cantar pues donde abundó el pecado sobreabunda la gracia, rompe a cantar pues tu debilidad es tu fortaleza, rompe a cantar porque Dios te mira con cariño de niño, rompe a cantar pues se restaura el universo, rompe a cantar porque seguimos encontrando a Dios en lo pequeño, rompe a cantar pues tu pobreza es tu riqueza, rompe a cantar pues el Señor enaltece a los humildes, rompe a cantar pues llega el Salvador, rompe a cantar por el sepulcro vacío y el Sagrario lleno, rompe a cantar pues Dios te sigue sorprendiendo, rompe a cantar pues todo lo ha hecho nuevo, rompe a cantar porque tienes un corazón agradecido.

No te importe que tu canto no sea perfecto, que aún tengas que afinar muchas cosas en tu vida. Dios disfruta escuchándote cantar. Rompe a cantar como un niño que no tiene miedo a que su canto desagrade a sus padres. Canta con tu entrega, con tu alegría, con tu servicio a los que más lo necesitan. Canta en el silencio de tu oración y canta con tu familia. Canta desde la cama del enfermo o desde el cementerio, que ya no es llegada sino puerta. Pero canta, canta como María, canta con María.

Ojalá la Iglesia sea canción que acalle los ruidos de las guerras, las enfermedades, el hambre, la injusticia y, mirando todo el mundo a María, mirando todo el mundo al cielo bajando la mirada al pesebre ya preparado, descubramos el mundo nuevo que ese Niño que viene, que volverá, nos ha traido.