El alzhéimer es una enfermedad muy dura y dolorosa: Mi madre ya no se acuerda de cuántos hijos tiene y muchas veces no nos reconoce. Tiene cosas graciosas, como el día en que la psicóloga con una foto de la boda de mi madre le preguntó quién era la novia. Ella contestó que era ella, lo que alegró a la psicóloga viendo avances. Entonces le preguntó quién era ese novio tan guapo, si era su marido. A esto contestó muy seria mi madre: “No, ese día mi marido no pudo venir.” Gracias a Dios mi padre sí fue a su boda, pero la memoria de mi madre se va borrando. Que una madre se olvide de sus hijos es muy duro y muy triste, pero permite vivir la gratuidad en el amir que aprendimos en la familia. ¡Cuántas cosas hemos aprendido en la familia! ¡Qué agradecidos tenemos que estar!

“(Jesús) bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad”. Después del misterio de la Encarnación celebramos en este domingo el misterio de que Jesús viviera en una familia y estuviese sujeto a dos criaturas. Un misterio sí, Dios quiso aprender como hombre como aprendemos los hombres. Tantas veces pedimos nosotros la ciencia infusa para poder aprobar sin estudiar y Dios quiso vivir en una familia para aprender, para ser plenamente hombre. En la familia no sólo aprendemos cosas o conocimientos, aprendemos a ser. La familia forma nuestro ser persona y la familia cristiana nos abre a la trascendencia, a saber tratar a Dios como Padre y descubrir la dulzura del Espíritu Santo y la esencia de Dios como Hijo. Me da pena cuando veo a padres que confían la educación religiosa de sus hijos al colegio o a la parroquia y nunca rezan con sus hijos, no van con ellos a Misa y los hijos nunca han visto confesarse a sus padres. Quieren trasmitir conocimientos y no una vida.

Como la familia es lo mejor hoy quiere llamarse a cualquier unión familia. Podríamos empezar aquí un alegato en contra de todos los que hablan de “modelos de familia” como hablan de modelos de coche o del modelito que se pondrán en nochevieja. Y habrá que hablar claramente, y los políticos tendrán que cuidar las leyes que afectan a la familia y la sociedad vigilar que no le vendan gato por liebre llamando familia a lo que no lo es. Pero en esta Octava de Navidad sobre todo habrá que mostrar la grandeza de la familia cristiana, toda su belleza y su esplendor, “como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión”. Habría que provocar una oleada de envidia universal hacia la familia cristiana. Que cualquiera cuando vea nuestras familias diga: “Yo quiero vivir así.” Y abrir nuestras puertas para que descubran que en nuestras casas, además del padre y de la madre con sus hijos también vive Cristo allí en medio, unificando, santificando, enamorando. Por supuesto que habrá dificultades, momentos de caminar cuesta arriba, tristezas y tropiezos, pero ahí se consolida ese amor gratuito y lo que hemos recibido gratis lo damos gratis. Mostrar la familia con toda su grandeza. No pongamos por modelo a los que son infieles o les falta el amor, que son pocos y ruidosos. Miremos el ejemplo de nuestros mayores , abuelos enamorados, entregados, pendientes el uno del otro, que cada día lo viven como una novedad dando gracias a Dios de estar juntos y deseando llegar un día juntos al cielo. Padres y madres que no dudan en quitarse de muchas cosas, algunas incluso necesarias y buenas, para dar lo mejor a sus hijos. Familias que sonríen, que juegan, que aprenden, que rezan juntas. Es un don y una tarea para cada día y para todos los días. Ojalá, cada mañana al levantarnos, demos gracias a Dios por el nuevo día y a continuación pensemos cómo hacer mejor nuestra familia, como conseguir que cada uno tenga un día más feliz que el anterior. Ese es el apostolado de la familia que os toca hacer a cada uno de vosotros: padres, madres, hijos, abuelos…., incluso consuegras. Bendito apostolado de mostrar al mundo la hermosura de vuestras familias. Nunca nos cansemos de esta tarea.

Al igual que Jesús pregunta y responde a los maestros de la ley dejémosle vivir, junto con María y José, en medio de nuestra familia, no seamos como el posadero de Belén, y que Jesús nos vaya preguntando y respondiendo por las inquietudes de cada día. Y si, por alguna circunstancia, Dios no estuviese en medio de nuestra casa, volvamos a Jerusalén –como José y María-, a buscarle con inquietud. Dad gracias a Dios por vuestras familias y cuidad vuestro mayor tesoro.