Hoy es el último día que los cristianos celebramos la Navidad con esta fiesta del Bautismo de Jesús. Es sorprendente como el ambiente influye en las personas y también en los cristianos que nos dejamos llevar por el. Para la mayoría de la gente, la Navidad se reduce a comidas y cenas, con más tiempo de ocio por medio, y muchas compras que hacer, para terminar con la fiesta de los Reyes. Después es la vuelta a la normalidad con las rebajas de enero. Por eso, ya se ha retirado la mayor parte de la iluminación y la decoración navideña de nuestro entorno. Esto es fruto de un ambiente secularizado y cada vez más paganizado, que vive al margen del sentido auténtico de la Navidad y de lo que se celebra en ella.

San Pedro toma la palabra en la segunda lectura de hoy y realiza un resumen del anuncio kerigmático: Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Y todo comienza con el misterio de su encarnación, nacimiento, infancia y manifestación al mundo. Este es el sentido de la Navidad, de los misterios que celebramos año tras año en estas fechas y que han dado origen a la consecución de fechas señaladas y de costumbres familiares y sociales.

La Navidad nos gusta tanto y nos ponemos tan sensibles con los valores y virtudes más importantes para vida, porque celebramos el gozo del acontecimiento más importante de la historia de la humanidad que es la Encarnación del Hijo de Dios, la venida del Enmanuel y sus consecuencias salvíficas sobre todos los hombres de todos los pueblos y de todos los tiempos. Estamos hablando del que Dios dice, tanto en la profecía de Isaías como en la teofanía del Bautismo, que es el elegido en quien se complace. Significa que en Él nos salvamos todos los que quieran ser salvados, sin distinción de personas, razas ni pueblos. Así lo entendemos en las lecturas de hoy, que nos señalan que esta salvación, primero fue revelada al pueblo de Israel, primer receptor privilegiado de la Palabra de Dios, luego pasó a Jesucristo y de éste, por medio de sus testigos, a todo el que cree en Él.

Celebramos con «broche de oro» en la liturgia cristiana el cierre de este tiempo tan maravilloso y entrañable de la Navidad con la celebración de la fiesta de hoy, esta manifestación completa, perfecta, de Dios mismo: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dice el salmo 28 que Dios nos bendice a todos con la paz, una paz que nos trae Cristo por voluntad del Padre y que hace posible en cada uno de nosotros gracias al Espíritu Santo que hemos recibido. Por ello, lo importantísimo que es completar nuestra iniciación cristiana con el sacramento de la Confirmación. Si no, ¿como el Señor va a poder operar la paz interior de cada uno?

No desperdiciemos ni un día de vivir de verdad todo el tiempo de la Navidad cada año, conociendo, orando, contemplando y celebrando todos y cada uno de los misterios que reúne. Es la oportunidad que nos brinda la Iglesia para crecer en la fe, para crecer en nuestra vida y para vivir el don de la paz que un día será completa en nosotros y en todos los hombres.