Menuda escena la del Evangelio que nos propone la Iglesia hoy. Ayer querían despeñar a Jesús de Nazaret y hoy se encuentra con un endemoniado que tras haberle liberado pide su admisión como discípulo.

Aquí nos encontramos con una de las novedades del magisterio de Jesús. No es un maestro al uso. En aquella época eran los discípulos los que escogían maestro. Eso es lo que debió pensar este habitante de la región de los gerasenos. Y se encuentra con que Jesús no le permite formar parte de sus discípulos. Y es que Jesús no es un maestro cualquiera. Es original hasta en el modo de ejercer su magisterio. La novedad está en que no son los discípulos los que le eligen a Él sino que es Jesús quien elige a sus discípulos.

El camino del discipulado es iniciativa de Dios. No forma parte de la fascinación ante el Maestro. Ni siquiera forma parte de un deseo de grandeza. No, el discipulado brota de una llamada a vivir una intimidad, a vivir una amistad.

Así lo percibieron los primeros discípulos aquella tarde junto al lago. Estaban sentados con el bautista y ante el cordero de Dios que pasaba junto a ellos se levantaron y se lanzaron a seguirle. Pero la intimidad del Maestro solo se abrió cuando les pregunto: ¿Qué buscáis? Y Jesús les tuvo la iniciativa de invitarles: Venid y lo veréis… fueron, vieron y se quedaron.

Uno no comienza a ser discípulo de Jesús porque le atrae su doctrina o porque le fascinan sus Milagros. Uno se convierte en discípulo de Jesús cuando este le llama y le abre su corazón. El pobre geraseno pensaba que bastaba con querer seguir a Jesús y este le demostró que podía hacer mucho bien anunciando la misericordia que Dios había tenido con el pero el ser discípulo comienza con una elección.

El evangelista San Marcos en su capítulo tercero dice que Jesús llamó a los que quiso para que estuvieran con el y para mandarles a predicar. Llamó a los que el quiso y porque quiso. Es más porque les quiso. No los eligió por sus dones o cualidades. No los eligió por su forma de ser. No los eligió porque eran atrevidos o lanzados. Los eligió porque quiso. Y los eligió para estar con él y para mandarles a predicar.

El apóstol no existe si antes no es discípulo. Para ser enviado por el Señor antes hay que vivir con Él y aprender de Él. Y ¿qué tenemos que aprender de Él? Nos lo dijo Él mismo: aprended de mí que soy manso y humilde de corazón.

La humildad brota precisamente de que el ser discípulo no depende de mí sino de la elección del Señor. Que María la elegida por su humildad nos conceda la gracia de responder a la llamada y elección del Señor con generosidad.