La fiesta entrañable de las Candelas nos sitúa hoy ante el misterio luminoso de Jesús. Es verdad que el misterio de la Presentación de Jesús en el Templo y la Purificación de Nuestra Señora pertenece a los misterios de gozo del Santo Rosario al situarse en la infancia de Jesús pero sin lugar a dudas nos introducen en el misterio de Jesús como luz.

Simeón al coger en brazos al Niño Dios percibe como sus manos se llenan de luz. Y esa luz pasa de sus manos al orbe entero: Luz para alumbrar a las naciones. Con su gesto este anciano que no se despegaba el Templo porque el Señor le había prometido que no se iría sin ver al Mesías, y Dios siempre cumple sus promesas, nos enseña cómo acoger en nuestra vida el misterio de la luz.

¡Qué difícil es caminar a oscuras! ¡Mas aún en las tinieblas! Los obstáculos nos hacen tropezar. No vemos y nos entra el miedo. En cambio, cuando vuelve la luz, todo se aclara. Sabemos por donde caminar y cómo evitar los obstáculos del camino. Además, la luz nos permite descubrir la belleza de las cosas, nos permite ver en profundidad.

Con la luz podemos orientarnos, ver los caminos y las metas. Pero la luz no puede ahuyentar las tinieblas y la oscuridad de manera permanente. La luz del sol nos quita la oscuridad sólo unas horas. La luz que necesitamos para entendernos a nosotros mismos, para entender nuestro corazón y para entender el por qué de lo que nos sucede, es de otro tipo. Necesitamos otra luz.

Jesús viene a colmar ese deseo tan profundo de luz y Él mismo se nos ofrece como luz. Más adelante en su vida pública nos dirá Él mismo: Yo soy la luz del mundo. La comunión con Jesús nos permite entendernos, comprender nuestro corazón, etc… Es la luz que nos permite no sólo ver sino ver más. Ver nuestra vida a la luz de Jesús es verla en profundidad, es ver lo que esconde y descubrir que en lo más profundo de ella hay Alguien que nos ama con pasión y que nos llama a una vida de plenitud, a una vida grande. Ya lo decía San Juan Pablo II: Cristo Redentor revela plenamente el hombre al propio hombre. El es la luz del mundo, la luz de mi mundo. Ahora bien, para que Cristo pueda iluminar mi mundo, mi realidad, etc. he de dejarme iluminar, he de abrir las puertas de mi vida para que Él entre.

El que se ha dejado iluminar por Jesús, puede entonces ser también luz para los demás. La beata Teresa de Calcuta cuando descubrió “la llamada dentro de su llamada” para servir a Cristo en los pobres más pobres y así saciar la sed de Jesús, cuenta que ante la oscuridad de los lugares de la pobreza más radical de Calcuta escuchaba la voz de Jesús que le decía: Ven, se mi luz.

También nosotros estamos llamados a ser la luz de Jesús. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Para quién? Tenemos que ponernos delante de Dios y delante de nuestra propia vida para poder responder con sinceridad y con seriedad a estas preguntas y ponernos, iluminados por Jesús, a su disposición para ser luz en medio del mundo. Ese es el deseo de Jesús: vosotros sois la luz del mundo… brille así vuestra luz ante los hombres (Mt 5, 15-16).

Que María, Madre de la luz, engendre en nuestros corazones a Jesús, luz de las naciones.