Una de las primeras acciones que hace Jesús en su vida pública es la de llamar a sus discípulos. Los cuatro primeros eran pescadores, trabajaban juntos. Quizás se conocían desde niños. Mientras trabajaban en el lago Jesús se presenta en medio de ellos.

Jesús tiene que hablar a la multitud y para poderlo hacer bien se le ocurre una idea: Tomar prestada una barca como púlpito. Esta barca era la de Pedro. Es el primer signo de predilección del Señor hacia el que será la Piedra sobre la cual Jesús edificará su Iglesia. Se sube a su barca y desde ella predicó. Jesús siempre nos pide colaboración. Es el modo de actuar de Jesús. El actúa pero pide primero mi acción. Será para dar importancia a las acciones para la vida. Pedro acepta. Lo que no sabe es que ese gesto del Señor no ha sido casualidad. Jesús le busca. Como tantas veces nos busca a nosotros… Pero primero se acerca pidiendo permiso.

Una vez terminada esta acción Jesús va llamar a Pedro al discipulado. Para ello Jesús le descubre su carencia. Le invita a pescar después de estar toda la noche sin coger nada. Jesús nos enseña que sin Él nuestra vida no es fecunda. La grandeza de nuestra vida, así como la belleza de esta depende de la presencia del Señor. Pedro reconoce su carencia: Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos cogido nada.

Sea como fuere Pedro se fía. Puede ser que esta confianza brote como fruto de la admiración ante la persona de Jesús. Puede ser que esté fascinado por sus palabras. Pero fuera lo fuere fía de Jesús: pero, por tu palabra, echaré las redes.

¡Cual será la sorpresa de Pedro, el pescador, que hacen una redada que ni las redes pueden contener la cantidad de pescado!

La gran lección de Jesús es que cuando uno se fía de Jesús la fecundidad es sobreabundante: No es que pescaran algo, que ya sería más que lo que habían conseguido sin Jesús. Es que los peces no caben en la barca y esta casi se hunde del peso.  Es precisamente esta sobreabundancia de Jesús la que asusta a Pedro que se siente pequeño y sobrepasado: Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador. Ante la grandeza de la acción de Dios uno se siente indigno.

Esta indignidad la expresamos en la Eucaristía: Señor no soy digno de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme.

Pedro quiere huir pero Jesús tiene algo más pensado para él. La relación de Jesús con Pedro sufre un vuelco: Jesús no solo quiere ahora las cosas de Pedro sino al mismo Pedro: No temas; desde ahora serás pescador de hombres.

Solo cuando Pedro ha experimentado su pequeñez, se ha admirado de la sobreabundancia de Dios y se ha sentido indigno es cuando puede escuchar de los labios del Maestro: Sígueme.

Que María nos conceda hacer a nosotros el mismo camino de la humildad y la confianza para escuchar el sígueme del discipulado.