En la escena que nos refleja el Evangelio de hoy del fariseo y el publicano, Jesús nos muestra cuánto podemos aprender de lo pobres.

Hace unos días conocí a Andrés en el tren. Cuando pasaba pidiendo le invité a que se sentara un momento a mi lado y me contara un poco lo que hace. Andrés tiene 40 años y después de trabajar muchos años con su padre en una frutería y sufrir un fuerte desgaste físico, decide cambiarse de sector laboral y acaba haciendo música en la calle y pidiendo en los trenes y metros. Me contó como estuvo unos años metido en la droga y con la ayuda de organizaciones y acudiendo a Dios muchas veces, había conseguido superarlo. Por la paz que me transmitió Andrés en esa media hora que hablamos me enseñó lo que es una persona agradecida , sin afán de grandes ambiciones materiales y con un gran espíritu de lucha y superación.

Estando en un proyecto en unos barrios pobres del estado de Méjico D.F. después de un largo día visitando casa por casa llegué a una chabola en las montañas donde me abrió la puerta una señora mayor de largas trenzas blancas y llena de arrugas, que al escuchar que veníamos de la parroquia del pueblo nos quiso brindar lo mejor que tenía. Buscando por toda su pequeña chabola encontró una caja de galletas de metal, la abrió y nos dio el único huevo de gallina que tenía guardado ahí dentro. Yo me había fijado que ella no tenía gallinas ni otro animal propio. ¡Ese día comprendí lo que se siente cuando alguien te da lo que ella misma necesita para vivir!

El pobre no es solo quién está en necesidad material; es también el que sabe que no es mejor que los demás. Recuerdo que mi madre me hacía caer muchas veces en la cuenta de que las personas que yo juzgaba o que frente a los que ellos se me escapaba algún comentario despectivo, no habían tenido la suerte de tener una familia ni unas posibilidades como las mías. Esta forma de concebirse uno en la vida nos lo enseña hoy el publicano.