Mi madre tiene Alzheimer y ya no se acuerda muy bien (más bien bastante mal), de quiénes son sus hijos. Es muy triste las jugadas que te hace la cabeza, y aunque está muy simpática no sabe con quién habla. Aunque no se acuerda de nada eso no es obstáculo para que los hijos, sus hermanos y las personas que la queremos vayamos a verla. Es el momento de la más pura gratuidad pues es capaz de decir que hace muchísimo que no ve a sus hijos cuando está del brazo de uno de ellos desde hace una hora. Aunque ella no lo sepa no deja de ser nuestra madre y nosotros no dejamos de ser sus hijos.

Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: – «Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla». Él les contestó: – «El que me ha curado es quien me ha dicho: Toma tu camilla y echa a andar». Ellos le preguntaron: – «¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?» Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, a causa del gentío que había en aquel sitio, se había alejado.

Treinta y ocho años enfermo junto a la piscina de Betesda. En treinta y ocho años te da tiempo a pasar de ser un enfermo que espera curarse por tirarse el primero a la piscina a pasar a ser un elemento decorativo más del entorno. La gente le vería día tras día y seguramente ya ni le darían conversación y le saludarían con un movimiento de cabeza, ni un buenos días. Y cuando por fin alguien le habla, le pregunta por su situación…, él no pregunta ni el nombre de esa persona. Más aún cuando no sólo se interesa por él sino que le cura, sigue sin enterarse quién es el que le había curado.

Hay un ejercicio muy bueno en cuaresma que consiste en mirar nuestro pasado buscando las veces que nos hemos cruzado con Jesús y no nos hemos enterado. Sucesos y acontecimientos que hemos achacado a la buena suerte, a la casualidad, a nuestra propia valía personal o a las diversas circunstancias del universo mundo. Pero que si uno mira en profundidad, con la mente y el corazón despejados de la soberbia y la vanidad, descubre que Jesús se te acercó ese día y te dijo: «¿Quieres quedar sano?» Un amigo mío pensaba que había dejado la cocina por su increíble fuerza de voluntad. Hoy, unos años después, se da cuenta que el Espíritu Santo le iba empujando poco a poco a volverse hacia Dios (al que había abandonado) y en ese camino las drogas estorbaban (como estorban en todos, por cierto). Hoy ya no s cree un superhombre sino un hijo de Dios.

Así nos pasa muchas veces. Dios nos cuida y nosotros nos creemos más listos, hasta que nos damos cuenta que sin Dios nunca hubiéramos sido salvos. Así como el río sanea sus orillas para que los árboles den buen fruto así quien se va acercando a Dios, aunque sea sin saberlo, va dando buenos frutos. Pero el trabajo de reconocer que ha sido el Señor el que ha cambiado nuestra vida tenemos que hacerlo nosotros y ponerle nombre y rostro a aquel que nos ha curado. Si no lo hacemos seguiremos pensando que tenemos mucha fortuna en la vida y no confiaremos en la providencia y cuando lleguemos cara a cara delante de Cristo no le conoceremos.

Hoy es un buen día para dar gracias a Dios por todas las veces que se a acercado a nuestra vida aunque no nos amamos dado cuenta y especialmente por cada confesión y cada comunión que hayamos hecho hasta el día de hoy. No seamos desmemoriados.

La Virgen nos presta sus palabras para que proclamemos la grandeza del Señor.

Me voy a ver a mi madre.