Hablar con niños es peligroso, tiene sus riesgos. Este mes estamos celebrando la primera Confesión de los 306 niños que harán su primera Comunión en la parroquia. Lo hacemos por grupos de catequesis, así las celebraciones no son muy largas (aunque son muchas). Ayer se me ocurrió preguntar a los niños a ver qué tal llevaban la catequesis:

  • ¿Cuántos sacramentos hay?
  • ¡Siete!
  • ¿Cuántos habéis recibido hasta ahora?
  • ¡Uno, el bautismo!

(Vamos bien, pensé yo)

  • ¿Y cuál vais a recibir hoy?
  • ¡La confesión!

(perfecto)

  • ¿Y dentro de mes y medio?
  • ¡La primera Comunión!

(Este grupo es la bomba, pensaba en mis adentros)

  • ¿Y un par de años después?

Se hizo un silencio incómodo, tal vez lo de la Confirmación no les había quedado muy claro, hasta que uno se animó y dijo a voz en grito:

  • ¡¡¡La Excomunión!!!

Bueno, a ese pedazo cenutrio le adelanté la excomunión un par de años y estoy por ampliarla a sus catequistas y a sus padres.

«¿No es éste el que intentan matar? Pues mirad cómo habla abiertamente, y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que éste es el Mesías? Pero este sabemos de dónde viene, mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene». Muchas veces se equivoca la catequesis con conocimientos. Es cierto que en la catequesis uno aprende cosas pero, como cuando conoces a alguien, te das cuenta de que ignoras mucho más de lo que sabes. Hoy mucha gente opina y sentencia sobre la Iglesia y sobre Jesucristo con los conocimientos que adquirió en catequesis, sin darse cuenta que ha olvidado muchas cosas –incluso algunos el Padre Nuestro-, y no habían aprendido demasiado. ¿Qué ahora se publica que la Iglesia es mala, los curas seres oscuros y extraños y las parroquias antros de perversión? Pues se defiende eso a muerte y a meterse con la Iglesia. ¿Qué este Papa es bueno y el otro malo o viceversa? Pues a proclamarlo a los cuatro vientos. ¿Qué Cristo no resucitó? Pues no resucitó. ¿Qué sí resucitó? Pues también vale. Muchos han hecho de la fe una asignatura y, tristemente, mal aprendida. No quieren conocer a Cristo ni a su Iglesia sino saber “cosas”.

Nos vamos acercando a la Semana Santa. Sólo podremos estar al pie de la cruz si nos empeñamos en vivir en Cristo vivo, no en saber datos de su vida. Sólo podremos amar a la Iglesia si nos empeñamos en vivir como sus hijos, no como socios de una peña deportiva. Si nos empeñamos en ver las cosas “desde fuera” siempre desconoceremos los “misterios de Dios.” ¡Qué lástima perder el misterio de Dios! Lo vemos cuando en las parroquias hay gente que entra como si entrase en una plaza en la que se celebra un botellón, sin tan siquiera dejar de hablar por el teléfono a voz en grito. Cuando pasan ante el Sagrario como si pasasen delante de una cabina de teléfono (que ya no hay, tal vez eso les llamaría más la atención), cuando ponen cara de “pero que ignorante eres” cuando les dices que recen con sus hijos o que deberían confesarse. Cuando se ríen ante la palabra “pecado” como diciendo: “No se preocupe, ya sé por dónde viene Dios, a ese ya lo tengo controlado” ¿Qué harán –qué haremos-, cuando nos encontremos frente a frente con el Misterio de Dios?.

El Padre Pío decía que era un misterio para sí mismo ¿Cómo no vamos a asombrarnos ante el misterio de Dios y tener ganas –cada día de nuestra vida-, de ahondar más en Él? De la mano de María no tendremos miedo en adentrarnos en el Misterio de Dios.