Realizamos muchos pactos en nuestra vida. Estos se establecen entre dos o varias partes y los hacemos con instituciones, con empresas, etc. La mayoría con personas de nuestra familia, entre los amigos, entre los compañeros de trabajo o de clase, los vecinos… A veces, lo intentamos con el Señor. Una alianza es como un acuerdo mucho más firme, importante y duradero. Este término indica en primer lugar la obligación que asume quien establece un pacto; de esa obligación derivan las obligaciones recíprocas de un pacto bilateral.

En el Antiguo Testamento, la alianza significa también la obligación que el Señor se impone a sí mismo de actuar y “hacer el bien” a su pueblo y a las naciones. El Siervo es representación de esta alianza de Dios con los hombres en su pueblo elegido. Así comprendemos la primera lectura de hoy. Y también nos ayuda a aprender de la actitud de Jesús en el evangelio de hoy. ¿Cuantas veces no hemos roto un pacto? ¿Cuánto somos leales y fieles al Señor, a las personas, a nuestros “pactos”? Pensemos y seamos sinceros con nosotros mismos.

Pedro le pregunta contrariado a Jesús por qué no pueden seguirle ahora a donde va. Precisamente después de que les indique el Señor quién le va a traicionar. Jesús les ha elegido y los ha llamado a los apóstoles estableciendo un pacto con ellos. Él lo está viviendo con fidelidad y entrega, como servidor de todos. Es parte de su misión que el Padre le ha dado para salvar a la humanidad. Pero, por el contrario, Jesús soporta la traición de Judas y la infidelidad que va a cometer Pedro. Es parte de la realidad humana que tiene que salvar para establecer la nueva y definitiva alianza de Dios con los hombres. Ellos no se dan cuenta, pero todavía no están preparados, no se ha completado el plan de Dios y no les ha abierto los ojos como sucederá con su resurrección. Por eso todavía no pueden ir a donde va Jesús.

 

A nosotros nos pasa lo mismo. El plan de Dios en nuestras vidas necesita que abramos los ojos y tiempo para convertirnos, para salvarnos. Por eso tenemos el don de esta vida y el Señor espera con paciencia y perdona nuestras infidelidades y traiciones. Nos preparamos para ser salvados y nuestra lealtad y fidelidad a Él, nuestra constancia en vivir la fe, va a ser nuestro servicio más oportuno que nos lleve a su presencia, la meta y fin de nuestra vida (salmo 70).