1875-sisley-meadowEse salmo que dice «Tú eres mi Dios, por ti madrugo», puede darnos la impresión de hablarnos de la primera hora de la mañana. Como que el autor del canto se dispone a empezar la jornada desde bien temprano, para aprovechar el tiempo. Pero los Padres de la Iglesia siempre lo han interpretado como el madrugón de quien empieza a vivir en Dios, del que abandona una vida medida por el tiempo fugaz y entra, desde su propia mortalidad, en una dimensión de eternidad. Esa conversión es el estado premium al que aspira inconscientemente la humanidad.

Nadie quiere la muerte para sí, ni quiere que sus células muertas empiecen a comérsele el terreno, no queremos que se nos vayan los amigos del alma y que las situaciones maravillosas, en las que estamos tan a gusto, se evaporen. Si esa «incomodidad» natural se deja alcanzar por quien dice «Yo soy el pan vivo del cielo, el que come de este Pan vivirá para siempre», desde ese momento puede iniciarse una aventura insólita. Alguien se atreve a provocarnos con la gran promesa de una vida que no concluye, que la cosa de existir prosigue, y también los amores y los azules de los cielos, que serán nuevos. Esta revolución nace en Pascua. Esta alegría, de la que Cristo hablaba en las apariciones a los suyos, no puede serle arrebatada al creyente nunca.

«Estar habitado por la alegría», qué expresión más acertada para hablar del encuentro que cada alma tiene con su Señor. Hay un nuevo sistema de medición del tiempo. Los relojes han caducado, que los relojes entierren a sus muertos. Donde uno pone amor pone eternidad. Las cosas ya no se malogran y hieden. Las cosas subsisten desde el momento que el hombre se une a Dios. Dice el secretario personal de Benedicto XVI, que el Papa emérito se va apagando poco a poco, pero que sigue con la misma ironía, lucidez, que sigue las noticias y se procura de viandas de oración diarias, como siempre. Es decir, Benedicto XVI se mantiene porque sabe que se mantendrá siempre. Tengo un amigo que se murió con «En busca del tiempo perdido» entre las manos, iba sin prisa, decía que días tendría para concluirla.